ESTE ARTICULO SE PUBLICÓ EN «EL NUEVO HERLAD» EN SEPTIEMBRE DE 2007. DOS AÑOS DESPUÉS SIGUE TENIENDO VIGENCIA
Lo del borrón y cuenta nueva en el caso cubano suscita sentimientos encontrados, lo cual es humanamente comprensible pues el daño causado por la dictadura ha sido terrible e irreparable en muchos casos.
El camino de la reconciliación, aunque para muchos nos sea doloroso, es el único para mirar hacia delante. No es una estrategia, es una necesidad.
Los que están en contra de este ”borrón y cuenta nueva”, entonces deberían establecer un baremo: ¿y cómo se hace? ¿Se castiga a todos? ¿Dónde ponemos el listón bajo el que tienen que pasar los “malos”?
Estoy seguro de que casi todo el mundo lo pondría en el momento o posición en la que dejó de colaborar (por acción u omisión) con el régimen o dejó de mirar hacia otro lado. Recordemos que los fusilamientos, los encarcelamientos, la chivatería y la represión en general empezaron en el mismo 1959, el año del triunfo de la revolución.
La dictadura cubana ha funcionado porque ha conseguido hacer un engranaje donde la gente era simultáneamente víctima y verdugo del que tenía al lado. Muy pocos se negaron a hacer el juego y lo pagaron caro.
Los hay que se oponen a una transición reconciliadora. Pues bien, esa transición empezó hace mucho, sobre todo en el exilio.
¿Cuántos no se han encontrado en Miami o en Madrid con el del comité que los chivateaba, el del partido o la juventud que le amargaba la vida o incluso con el carcelero que los maltrataba? ¿Y la han emprendido a palos con esa persona? Pues no. Entonces, ¿qué diferencia hay entre reconciliarse dentro o fuera?
Por eso trabajamos en inciativas, por supuesto criticables y mejorables, como el Proyecto Varela, el Diálogo Nacional Cubano y la campaña Foro Cubano.
Carlos Payá Sardiñas
Madrid