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A Oswaldo Paya. Quinta Epístola in Memoriam Zapata.
El día 25 de febrero en la mañana, Ángel Moya me llamo desde la pista para deportes, donde cada jueves, le han planificado nuestros carceleros su tiempo de ejercicios al aire libre y al sol.
Me asome entre las rendijas de concreto del edificio Penal 1 para saludarle, al igual que cada jueves, en la única oportunidad de la semana que a 20 metros uno del otro, tenemos para vernos y saludarnos.
A los prisioneros políticos nos mantienen aislados la mayor parte del tiempo.
Pero hoy las primeras palabras conmovidas de Moya me estremecieron. Según rumores no oficiales que le llegaron, el 23 de febrero en un hospital de la capital, nuestro heroico hermano y compañero de luchas cívicas Orlando Zapata Tamayo había fallecido luego de una prolongada huelga de Hambre y 7 terribles años de injusto cautiverio.
Ni Ángel ni yo, pese a la sombría certeza que nos oprimía desde el fondo del pecho queríamos dar crédito a la aciaga novedad.
Quede con el en confirmar esa tarde con mi llamada telefónica los hechos.
Ofelia Acevedo la esposa de Oswaldo Paya del otro lado del auricular, al mediodía me confirmo el crimen. Nuestros pensamientos son vanos ahora.
¿ Que bestias arrogantes cometieron tal asesinato? ¿Cuales lo permitieron?
Lo dejaron morir digan lo que digan aquellos soberbios bárbaros, que imperturbables esperaron que un hombre desapareciera bajo sus huesos.
Lo devoraron los antropófagos de las ideas, los pusilánimes del pensamiento y los hipócritas de profesión, luego de tres meses de huelga, por condiciones mínimas decorosas de vida y trato digno como persona humana por parte de sus carceleros.
Son responsables los que los encarcelaron y maltrataron por 7 años en estos inmundos calabozos por el simple hecho de expresar su opinión libre.
Los lacayos testaferros infames mercenarios del despotismo con sus asqueantes calumnias, los cómicos, las coristas celebres, que sin pudor respaldaron el confinamiento.
Los politiqueros delirantes de inútiles ideologías muertas. La chusma apática y sumisa.
Los itinerantes asalariados de la agitación izquierdista y los mercaderes egoístas que guardaron silencio. El coro de los culpables todos.
Zapata no debió haber pasado un solo día en prisión, esto es lo que cualquier hombre de honor decente y digno entiende.
A Orlando Zapata Tamayo lo conocí en casa de Oswaldo Paya en medio de la campaña por el Proyecto Varela, mantenía una peña en un Parque en medio de la ciudad, donde hablaba de libertad de reconciliación y dialogo, de acción cívica pacífica, y allí leía el Proyecto Varela a los transeúntes atentos y recopilaba firmas ciudadanas en apoyo a esta iniciativa legal. Era un hombre sencillo, humilde y solidario, sentía que su vida había sido estafada por el sistema. Tenía ansias de saber, se superaba así mismo cada día como ser humano.
Ardía intensamente como estrella en la noche oscura sin calcular lo probablemente fugaz de su trayecto. Solo importaba ser luz, un torrente de luz que iluminaba a muchos.
Fue encarcelado cuando se prestaba a unirse al Club “Amigos de los Derechos Humanos” que el Dr. Bicet organizaba a finales del 2002, con el objetivo de reunir y entrenar a miles de ciudadanos en la resistencia no violenta.
Lo sancionaron a tres años, pero las hordas furibundas querían castigar su conciencia libre con saña y le añadieron medio siglo más de condena.
La última vez que lo vi fue en la cárcel de Guanajay en el 2004, una de las tantas por las que nos han paseado.
Cuando se entero de mi presencia, me llamo y conversamos en aquellos viejos edificios de ventana a ventana, estaba el cuerpo adolorido por las últimas violencias de sus crueles carceleros, el espíritu indomable y libre alto y seguro. Le pedí que se cuidara que se conservara.
No pudimos verle en sus últimos días cuando paso casi cadáver el profeta por esta prisión poco supimos de el en medio de tanto secretismo y desinformación.
Hoy su madre es también mi madre, ahora todos ya somos sus hijos solícitos por siempre.
Se corre la voz entre la voluble masa de condenados que mi hermano a muerto.
El día 25 por la tarde pedí a los reclusos comunes en el destacamento 2 del edificio 1 del Combinado del Este donde estoy 1 minuto de silencio, en nombre de aquel que había entregado su vida por la libertad de sus hermanos, fue a las 17 y 50 horas, 126 prisioneros a la voz de firme, rindieron póstumo honor a Orlando Zapata con solemne silencio.
Al día siguiente igual sucedió esta vez a petición del Dr. Biset, en el destacamento 4 donde lo tienen.
Las señales que realizo en medio de su pueblo no serán olvidadas. Se le echaron arriba y le arrestaron con falsos testimonios.
Vio un cielo nuevo y la libertad reinando en medio de los hombres.
Los intolerantes se enfurecieron y rechinaban entre dientes, gritaban y se tapaban los oídos.
Todos a la una se lanzaron sobre el, lo empujaron fuera de la ciudad y empezaron a tirarle piedras de odio:
El oró así, estoy seguro de eso:
Señor Jesús recibe mi espíritu. Con fuerte voz, desde su camastro, se que dijo: Señor no les tomes en cuenta este pecado y dicho esto se durmió en el Señor.
Su martirio sea la levadura heroica en que se hinche la justicia y la libertad. Cantemos si, cantemos el himno de la vida sobre su tumba inolvidable.
La primavera rompe clara sobre Cuba.
Gloria eterna a sus mártires.