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La memoria humana es perezosa y además anda sobrecargada. Atiborrados de datos como estamos, nos dejamos llevar por el remolino informativo como el corcho se abandona a la corriente. Y así, lo que hoy nos parece importantísimo, mañana se nos borrará de la sesera. ¿Qué ha sido de la famosa gripe H1N1, por ejemplo?¿Y por qué no se habla ya de aquel feroz régimen birmano que apaleaba monjes budistas?
La semana pasada, unos disidentes cubanos del Movimiento Cristiano de Liberación vinieron a hablarme de la situación en su país, y entonces me di cuenta de que Cuba es otro tema álgido que de pronto se nos ha esfumado de la cabeza. Después de la trágica muerte de Zapata, de la presión internacional y la liberación de presos, hemos archivado el asunto mentalmente como si la cosa estuviera en vías de solución. Pero no lo está; el régimen sigue petrificado y los cubanos se sienten solos y abandonados, tan perdidos en su pequeña isla como los náufragos de la serie televisiva. Hace dos meses, Oswaldo Payá y otros opositores presentaron El camino del pueblo, un programa para alcanzar la democracia de manera pacífica. Y esta hoja de ruta ha sido suscrita de manera mayoritaria por disidentes de diversas ideologías, tanto del interior como del exilio: un 90% de la oposición está de acuerdo. Diálogo, derechos, reconciliación, libertad, democracia. Estos son los ingredientes del documento. Y algo que no se dice pero que será esencial, como lo fue en nuestra Transición: generosidad para construir un país entre todos.
Por eso los cubanos nos piden ayuda: porque conocemos el camino que ahora están iniciando. Y porque necesitan apoyo internacional para disolver la oxidada pero aún peligrosa dictadura castrista, la tiranía más longeva del planeta. Hagamos el pequeño esfuerzo de no olvidarles, porque ha llegado la hora de la normalización de Cuba.