Cada vez que una persona deja de pensar con cabeza propia para repetir consignas por miedo o por conveniencia, es como si le hubieran mutilado su cabeza o su cerebro.
Este es un daño antropológico porque destruye o limita la capacidad de estas personas para conocer libremente el mundo y usar sin miedo su inteligencia, para razonar con criterios independientes, sin manipulaciones o restricciones totalitarias.
Cada vez que una persona tiene que esconder sus sentimientos más sanos y veraces y comienza a vivir en la hipocresía y el disimulo, por miedo al qué dirán o a lo que me puede pasar, es como si le hubieran mutilado el corazón. Este es un daño antropológico porque destruye o paraliza la capacidad de estas personas para amar, vivir y expresar lo que sienten, sin que nada ni nadie manipule sus emociones con fines políticos, religiosos o de cualquier índole.
Cada vez que alguien tiene que actuar de modo diferente al que piensa o siente; cada vez que a una persona le confiscan su voluntad cotidianamente a nombre de un «voluntariado» impuesto desde arriba o por decreto; cada vez que una persona pierde su fuerza de voluntad y se convierte en una frágil marioneta movida desde afuera y desde arriba por los hilos del poder, del tener o del capricho, es como si le hubieran mutilado las manos.
Este es un daño antropológico porque destruye o quiebra la voluntad humana hasta convertir a las personas en instrumentos sometidos a los deseos de otro.