En estos días (realmente todos los días) se suceden todo tipo de comentarios, actualizaciones de perfiles o estado, etc. con todo tipo de barbaridades, rozando e incluso superando las amenazas, a veces hechas desde el anonimato, el falso perfil o los más estúpidos, hasta con su nombre real.
La pregunta es ¿Vale todo en nombre de la libertad de expresión?
Sin duda, es preferible la existencia y publicación de ese mal menor antes que la censura , que en cualquier caso sería tan inútil como ponerle puertas al campo.
Sin embargo, todos somos rehenes de lo que decimos o escribimos, las hemerotecas están ahí, nada se borra, con la salvedad de que la responsabilidad del comentario estúpido o amenazante, cuando es anónimo se traslada del autor al medio que lo publica
En ciertos casos, ese cintillo o advertencia que aparece en los medios diciendo
“ Este programa o esta página no se hace responsable de lo que opinan sus colaboradores o invitados”
debería sustituirse por:
“ No somos responsables de las estupideces que dicen nuestros invitados pero si somos responsables de invitar a estúpidos”
Sirva esta larga introducción para tocar un tema muy doloroso, ( mi tema de todos los días) como es el de las muertes sin aclarar de Oswaldo Payá y Harold Cepero.
Hace años, concretamente el 3 de julio de 2008 recibimos en nuestra web www.oswaldopaya.org este comentario:
“Tu lo que eres es tremendo m…………ooooon osvaldo te queda poco porque yo mismo te voy a arrancar la cabeza estoy tan cerca de ti que casi me puedes ver veras lo que es morir con dolor”
Evidentemente, el “autor” del comentario, un individuo que se identificaba a como “José Luis” y dejó un mail , quizás falso, no estaba cerca de Oswaldo ( su IP le sitúa en Madrid) ni tenía posibilidad alguna de hacerle daño real.
Pero su indecente comentario fue premonitorio, pues a Oswaldo le destrozaron la cabeza a golpes y Dios mío, quien sabe cuánto sufrió al igual que Harold, en su agonía.
Quizás ese José Luis o como se llame nunca lea esto,
Quizás después de escribir el comentario se ahogó en sus propias heces,
Pero ahí está,
Quod scripsi, scripsi.
Carlos Payá