El ojo digital. Cuba: la no-violencia funciona. Por Regis Iglesias y John Suárez

Los movimientos políticos, sociales y de derechos humanos de Cuba portan consigo un extenso historial de luchas cívicas…

Publicado originalmente el 15 de Enero de 2023 en:

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 Los movimientos políticos, sociales y de derechos humanos de Cuba portan consigo un extenso historial de luchas cívicas contra el el totalitarismo que se remonta a los propios inicios de la tiranía en 1959.

La renuncia de numerosos oficiales pertenecientes al ejército cubano conformado por antiguos miembros de los grupos guerrilleros que lucharon por el efectivo restablecimiento del orden constitucional fueron señales cívicas de oposición y resistencia no violenta contra la tiranía que se cernía sobre la isla.

Las protestas universitarias contra la presencia del enviado del Kremlin, Anastás Mikoyan, en la Habana, a efectos de sellar el giro hacia el comunismo de la llamada revolución cubana demostraron que la sociedad civil aún estaba viva -denunciando y resistiendo.

La resistencia cívica de los miles de prisioneros políticos cubanos entre 1960 y 1990 en un notable desventaja y padeciendo condiciones sumamente opresivas -contabilizando casi ningún respaldo ni acciones de solidaridad internacionales- resultó fundamental a la hora de certificar que al régimen se le combatía incluso desde el fondo de una mazmorra, sin el más mínimo atisbo de claudicación y aún sin perder la humanidad que sus verdugos y carceleros desconocían.

Sin embargo, hacia finales de los años ochenta, los grupos y movimientos de derechos humanos, sociales, políticos y de otra índole comenzaron a hacerse más visibles dentro y fuera de la isla. Entonces, la coyuntura internacional prestó mayor atención. Las voces de las víctimas comenzaron a ser oídas, y las víctimas comenzaron a convocar al pueblo sometido para que se convirtiera en protagonista, y que su rol frente a sus vidas, su presente y su futuro no se quedase atorado a la pasividad.  

No obstante, el precio del desafío no-violento ha sido alto: largas penas de prisión, exilio, deportaciones, y ejecuciones extrajudiciales. Algunas voces han surgido ahora, tentadas por la represión desatada contra los cubanos que están ejerciendo poder a través de la acción no violenta, para recurrir a la violencia -bajo la creencia de que la misma aceleraría una transición democrática.

Asimismo, el propio régimen promueve -desde algunas tribunas que aparentemente sostienen la lucha cívica- supuestas acciones y grupos violentos que le permitirían arreciar, si aún fuera posible, más su persecución y exterminio contra la propuestas y movimientos, con una definida y coherente historia de esfuerzos cívicos por el cambio. Pero, de esta contradicción, habrán de responder sus promotores.

El precio ha sido no mayor cuantitativamente, comparado con los legítimos esfuerzos violentos con que, sobre todo, a inicio de los años sesenta y la década de los setenta quienes combatieron la dictadura militar de Fulgencio Batista enfrentaron luego la tiranía comunista de Fidel Castro. Los miles de fusilados, los cientos de miles de encarcelados -a quienes, genéricamente, el mundo y el propio país dieron la espalda, y que se vieron forzados a resistir sólo echando mano de su fe y principios cuando nadie los oía- así lo atestiguan.

Todo estudio estratégico disponible enseña y prueba que, cuanto más brutal es el régimen, menos efectivos y exitosos son los movimientos violentos. Contrariamente a lo corroborado por la intuición, los movimientos no violentos han tenido más éxito en derrocar a dictadores brutales y en la transición a democracias duraderas.

La dictadura de Castro, con décadas de experiencia en terrorismo, tortura y genocidio en todo el globo, es experta en guerra, como se demostró en la década de 1960, tras aplastar de manera despiadada y eficiente a una oposición violenta -con la ayuda de asesores soviéticos- con miras a consolidar el poder.

La resistencia no violenta es más capaz de movilizar a los ciudadanos para exigir cambios y, también, para obtener la solidaridad global, la sanción, el aislamiento político, diplomático y económico del régimen y las personas y entidades que violan los derechos de los cubanos.

Gustavo Arcos y su hermano Sebastián, quienes en su juventud fueron convencidos hombres de acción violenta para lograr objetivos políticos -y bien conocían la capacidad de un régimen como el cubano para la violencia y también para controlarla y anularla con igual efectividad- decidieron abrazarse a la defensa de los derechos humanos. Durante incontables años, sus informes sobre la situación de derechos humanos y apego a propuestas cívicas lograron exponer a Cuba en el mapa mundial como un régimen represivo y totalitario. Ricardo Bofil, Oswaldo Payá, entre nosotros, como Mohandas Gandhi, Martin Luther King Jr. o Vaclav Havel jamás arengaron a perpetrar actos violentos. Estos prohombres jamás patrocinaron una lucha que no fuera abierta, a cara descubierta frente a la represión y el odio. Aferrados a su sereno valor, a su coherencia, su fe y su amplia visión, hicieron frente a la tiranía -sin caer en la tentación de engañosas metodologías.

Desde luego que aquéllos no ignoraban los riesgos, como tampoco los hicieron a un lado los numerosos y valientes ciudadanos cubanos que, durante mucho tiempo, se opusieron a la tiranía armas en mano.

Alguien podría declarar que el éxito de la no violencia es relativo. Sin embargo, el de la violencia también lo es. Peor que eso: por lo general, la violencia fratricida no sólo aleja a su pueblo de la verdadera libertad, sino que contribuye a la entronización de novedosos poderes despóticos.

No es más radical el accionar clandestino con el objetivo del uso de la violencia, que la necesaria discreción coherente para una estrategia no-violenta que se dirija a la raíz del problema. En nuestro caso, es precisamente la falta de participación del pueblo en el reclamo de sus derechos y en el ejercicio de ellos, en razón de los impedimento perpetrados por una dictadura.

La no-violencia funciona. Requiere liderazgo real, estrategia, coherencia, romper la censura -para lograr comunicarse eficientemente con la población- y lograr la solidaridad internacional para sancionar a los represores.


Regis Iglesias Ramírez se desempeña como portavoz del Movimiento Cristiano Liberación. John J. Suárez es Director Ejecutivo del Centro Por una Cuba Libre.

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