Juicio Sumarísimo. Por Regis Iglesias. En Zoepost

Publicado originalmente en ZoePost

Esa mañana me llamaron temprano, eran las seis antemeridiano cuando se abrió la pequeña portezuela de la puerta tapiada y un militar me dijo «7000, esté listo. Tome el desayuno».

El desayuno era diferente a los desayunos de los últimos 12 días que había pasado en la celda con El Ninja, Papín y Gerardo, los tres compañeros con los que compartí celda desde la noche del 20 de marzo de 2003 en que fui secuestrado en plena vía pública mientras me trasladaba con Ernesto Martini de casa de la tía Beba a mi casa en Lawton.

Me había despedido a regañadientes de Oswaldo que no quería que me fuera pensando que así podía evitar mi inevitable detención. «Vete a la casa a comer, no te preocupes que yo regreso en un rato» le dije mientras él desde la calle nos miraba a Ernesto y a mí con rabia impotente contenida porque sabía lo que pasaría en cuanto yo intentara llegar a casa de mi madre y de mis hijas esa noche infame de primavera. Se dio la vuelta con los puños cerrados y le vi alejarse con su paso característico por la calle Peñon.

En la noche del 2 de abril había tenido la sorprendente visita que se anunciaba como mi abogado defensor para la farsa que tendría lugar el día siguiente en la Sala de delitos contra la seguridad del estado de Marianao, léase sala de trámite para condenarte irremediablemente si has sido acusado ya por los sicarios de la policía política cubana y más aún por el propio tirano en jefe de la finca.

Mi abogado era un hombre de mediana edad que mis padres habían contratado luego de que en la visita, única que me dieron antes del juicio, con mi familia, el agente represor que nos vigilaba al escuchar a mi madre comentarme de su intención de nombrarme «un buen abogado» se apresuro en informarle muy solicito su preocupación por «negarme yo a nombrar abogado» Mi madre estalló desesperada en llanto y me rogó.

-«Hijo, ¡¿cómo no vas a querer abogado?! Tenemos un buen abogado conocido que lo hará, ¡tienes que aceptar el abogado!»

Mi intención no era discutir con mi madre, mucho menos agregarle más preocupación a su desesperanza. Yo sabía cuál sería el resultado con y sin abogado. Luego de intentar convencerla que eso era un gasto innecesario, en vano, le dije «Está bien mima, contrata al abogado».

La peticiion era de 18 años por «actos contra la integridad territorial y la soberanía nacional» una figura penal heredada de la colonia cuando se aplicada a separatistas conspiradores y las penas que incluía iban de 6 años de privación de libertad a pena de muerte.

Mi abogado la noche del 2 de abril fue a visitarme. Menos de 24 horas después comienza la farsa  judicial. Le dije, «qué sentido tiene esto? Usted y yo sabemos que estoy condenado por Fidel Castro ya y nada de lo que haga evitará mi sanción». El hombre muy seguro me miraba dibujando una sonrisa despreocupada y me dijo, «No lo estás, no te condenarán a 18 años». Le respondí, «¿Ah, no? ¿Y a cuántos, 17?». Él continuó mirándome seguro y me dijo «Menos».

«¿16?», pregunte con ironía. «Menos», dijo él y para no hacer muy largo el conteo regresivo le volví a preguntar: «10?». Su respuesta volvió a ser «Menos. Voy a pedir se cambien esa absurda petición de la que no tienen ningún basamento y pediré te dejen la pena por «desacato a la figura del comandante en jefe, que son lo más cinco años de privación de libertad».

Yo estaba sorprendido, «¿desacato a la figura del» tirano?» El abogado respondió: «Ellos encontraron unas caricaturas en el registro que practicaron en tu casa en las que habías dibujado a Fidel Castro de manera ofensiva y a Raul con el trasero al aire en un «camello». Por eso nada más te pueden pedir lo máximo cinco años.

«Bueno, usted dice que por eso solo me pueden pedir cinco años, pero igual será una petición y una condena injusta, Esas caricaturas que están en mi posesión no están firmadas por mí. Llevan la firma de Macabeo y de otros caricaturistas. Técnicamente no puedo ser juzgado por eso. Mucho menos por actos contra la integridad territorial y la soberanía nacional y usted basará su «defensa» pidiendo la anulación de una petición por el cambio a otra de la que tampoco tienen evidencias. Si me quieren juzgar por ser gestor del Proyecto Varela y vocero del Movimiento Cristiano Liberación pueden hacerlo, acepto con gusto la condena pero ellos deben aceptar que estarán violando la ley para poder condenarme».

Antes de despedirnos dijo: «Tú no te preocupes, déjame trabajar a mi y ya veras como todo se resuelve. Te voy a dejar papel y un bolígrafo para que escribas tu declaración para mañana y no pienses en nada más».

«No estoy preocupado, sé perfectamente lo que pasará mañana pero si usted tiene otra opinión mañana ya veremos». Le pidió autorización al militar que nos vigilaba para entregarme una hoja y un bolígrafo argumentando la necesidad de que tuviera una declaración mía de puño y letra para el día siguiente y el agente represor lo «autorizó».

Pasé un rato escribiendo mi declaración hasta que me quedé dormido. Fue una declaración corta, una hoja apenas. En ella denunciaba el atropello contra nuestros derechos y la ilegalidad de nuestros arrestos haciendo ilegítimo el proceso pues íbamos a estar siendo condenados por un tribunal compuesto por miembros del partido comunista cuando yo no lo era y de hecho más que no serlo era contrario a ese partido que impide el ejercicio de la libertad de los cubanos arrogándose el papel de juez de toda la sociedad, por lo tanto el juicio sería definitivamente parcializado.

El desayuno era un apetecible pan con queso, todo un lujo después de días de una magra ración de pan y una infusión que no podría identificar y de la cual consumía solo un bocado para preparar mi estómago en caso de decidir hacer huelga de hambre. Idea que abandoné cuando al terminar la visita familiar mi madre me dio un beso de despedida murmuró al oído «Dice Oswaldo que comas, que no vayas a dejar de comer…»  Ese día dieron leche entera de vaca. No quise desayunar, pensé que podrían poner algún compuesto químico en mi desayuno que influenciara luego en mis declaraciones. Mis compañeros estaban a la expectativa de mi decisión y cuando les pregunté si preferían comerse ellos mi desayuno todos se lanzaron de las planchas metálicas donde dormíamos para repartirse el «manjar».  En la celda había un calor asfixiante pero las habitaciones de interrogatorios a donde nos trasladaban varias veces al día a los cuatro por motivos diferentes el aire acondicionado era una verdadera nevera. En mi visita le había pedido a mi madre que me trajera un suéter, los militares accedieron. Pero cuando lo tuve en mi poder le dije al Ninja, «Tómalo, no lo necesito». Al Ninja lo sacaban constantemente para hacerle confesar algo de lo que le acusaban. Los otros dos compañeros de celda ya habían aceptado los cargos pero el Ninja se mantenía firme defendiendo su inocencia. Cuando regresaba a la celda venía cenizo, casi blanco y temblando de frío, él que era mas negro que una noche cerrada sin luna. El muchacho me lo aceptó de inmediato y cuando lo volvieron a llamar para interrogatorio salió confiado en resistir mejor los largos interrogatorios. Le dije a los otros, «verán cómo lo devuelven de inmediato cuando lo vean abrigado». Así fue. El Ninja regresó de inmediato, no tardó como de costumbre cuando lo sometieron a una buena exposición en  la habitación de interrogatorios helada. Dijo que en cuanto su torturador le vio entrar con el suéter se sorprendió y le pregunto «¡¿Eh, de donde sacaste ese suéter?!» El Ninja le respondió que su familia se lo había llevado. El tipo que pretendía someterlo a otro curso de pingüino simplemente sonrió y le dijo que fuera de vuelta a la celda.

Nos llevaron a Tony Díaz, Omar Rodríguez, Roberto Miranda, Efrén Fernández y a mii rumbo al Tribunal. Cada uno íbamos en un automóvil y la caravana se desplazó por la ciudad hasta llegar a Marianao. En un momento el tráfico se atascó y la caravana con los cinco automóviles y otros más de «apoyo» quedó detenida e intentó maniobrar para eludir la congestión. Hacían sonar los claxon y uno de los que me escoltaba sacó su brazo y golpeó la carrocería de otro automóvil que estaba a nuestro lado para que hiciera espacio. Vi cómo el chofer de inmediato se giró para contestarle a mi impertinente escolta y cuando vio el rostro descompuesto del uniformado y su arma la expresión se  le dulcificó y casi le pide perdón por estar más adelantado que el automóvil donde íbamos en la interminable fila de automóviles atascados en la avenida.
El Tribunal tenía bloqueados los accesos dos cuadras a la redonda. Los militares solo permitieron dos familiares por secuestrado dentro de la sala, la inmensa mayoría de los «espectadores» eran claque policial.

Cuando íbamos entrando a la sala esposados vi a Yeni, la hija mayor de Tony que unos días atrás me había llamado desesperada porque a su padre se lo habían llevado arrestado. Miré a Yeni y en ese momento altiva levantó su brazo y con los dedos pulgar e índice de su mano me hizo la señal de la L, que aprendió de su padre, en alusión a la Liberación por la que habíamos trabajado durante más de una década en el Movimiento Cristiano Liberación. Fue la primera Dama de Blanco que hacía nuestra L el mismo día de la farsa judicial. Emocionado respondí su gesto haciendo con mis manos esposadas el signo que identifica a nuestro Movimiento.

Pude ver a mi madre y mi padre en la sala sentados. Mi hermana y la madre de mis hijas estaban fuera con mi primo Rafael y el grupo de familiares y amigos que no les permitieron pasar. Alguien, cree que Iliana, la esposa de Omar, nos llegó a decir «Oswaldo está allá afuera con Freddy (Ernesto Martini) y otros del Movimiento acompañándonos».

La farsa comenzaría en un par de minutos luego de nuestra llegada. Nuestros abogados nos acompañaron a otra sala para  hacer rápidas consultas. Algunos conocieron a sus abogados en ese mismo momento. Mi abogado me preguntó si había redactado mi declaración. le dije que sí y se la entregué. La ojeó rápidamente y exclamó: «¡No! esto me sirve, tu solo responde lo que te pregunten y déjame hacer la defensa a mi».
Me sorprendió ese cambio repentino, pero me pareció que cualquier cosa daba igual. Entramos en la sala del  tribunal y comenzó el teatro. Serían las 9 am.

Leyeron las peticiones fiscales que ya conocíamos. Comenzó una larga y aburrida diatriba por parte del acusador del régimen, un oficial del g2, llena de insultos, mentiras, manipulaciones y mucho odio.

A uno de los hijos de Roberto Miranda lo expulsaron de la sala pues al pasar junto a nosotros le dijo a su querido padre: «Pipo, ¡firme ahí!»
Roberto se sentía mal. Lo veía pálido, pero firme. Le pregunté «Roberto ¿estás bien?». Me dijo solo, «Mi hijo…». Mi viré y le dije a uno de nuestros «escoltas» que se sentaban en la fila posterior de bancos a nosotros. «Oiga, este hombre se siente mal, ¡necesita atención médica!» Tony hizo lo mismo. Roberto estaba sufriendo un pre infarto y a nuestra insistencia lo sacaron un rato de la sala aunque lo devolvieron nuevamente para que respondiera a las infames acusaciones.

Una «testigo» que trajeron para que acusara a Tony dijo que este había hecho una fiesta el día en que los venezolanos intentaron sacar del poder al gorila que los oprimía entonces, el títere de Fidel Castro favorito, Hugo Chávez. Yo no pude reprimir una carcajada. Ya no sabían con qué atacarnos y era tan ridículo todo que no me merecía más que una mueca. El presidente del tribunal me amonestó: «Acusado, no se ría que esto es serio». ¿De veras?

Cuando llegó mi turno el fiscal me preguntó de dónde nos financiamos. Le respondí de la solidaridad de nuestras familias dentro y fuera de Cuba, de muchas religiosas y religiosos y de nuestros hermanos de partidos demócrata cristianos a cuya Internacional pertenecemos y a título personal lo hacían porque el régimen nos segregaba de empleos para sostener a nuestros hijos. El tipejo me preguntó si yo le creía a Oswaldo. Respondí: «Por supuesto, Oswaldo es mi líder, pero es más que eso, es como un padre, un hermano, es mi amigo y yo creo ciegamente en su limpieza y honradez».

El abogado presentó una copia de la Solicitud de Legalización del MCL ante el Registro de Asociaciones. No éramos ilegales, en todo caso quienes violaban la Ley eran ellos por no dar una respuesta a nuestra solicitud legal.

De pronto apareció el «testigo estrella» de la fiscalía. Un  ex policía borrachín, marido de una «opositora radical» también testigo de los fiscales esos días de las farsas contra otros acusados y que fueron presentados como «agentes de la seguridad del estado infiltrados en la contrarrevolución». Una banda de cobardes, chantajeados sin moral que habían cedido a las presiones del régimen para acusarnos.
El tipo mencionó que yo llevaba las caricaturas a casa de su esposa, donde un grupo de periodistas independientes utilizaban su teléfono para transmitir a agencias y estaciones de radio internacionales, y que me «burlaba del comandante, del ministro (así llamaban ellos a Raul Castro) y de la alta dirigencia de la revolución».

Yo miraba con ironía a mi abogado, mientras Roberto el malo, el chivato acusador, no Roberto el Bueno, nuestro compañero, y él me devolvía una sonrisa tranquila y me hacía señas de que no le hiciera caso al tipo.

Cuando el beodo terminó su intervención mi abogado se levantó y pidió la palabra. «Presidente, pido que este juicio se suspenda pues este testigo que acaba de declarar no estaba en los listados que me fueron entregados y mi defendido me ha hecho señas que su testimonio es falso».
La respuesta lacónica del presidente fue lapidaria. «Mire abogado este juicio se ha dilatado mucho ya. Siéntese que continuamos. Se acepta el testimonio de testigo».

Mi abogado más que sentarse cayó sobre su butaca y me miró con cara de sorprendido. Yo simplemente le hice un gesto levantando mis hombros y mirándolo con las cejas arqueadas, los ojos entornados y una sonrisilla de «Te lo dije, ¿qué esperabas?»

Al final su «recurso» para mi defensa fue decir que yo «era un hombre joven, de familia integrada (simpatizante del régimen) y merecía una oportunidad», con olvido de que la mayoría de mi familia más cercana era batistiana, católica, y estaba en el exilio hacía muchos años, pero sobre todo que yo no había pedido ni necesitaba ninguna «oportunidad» del régimen porque había dedicado mi vida desde muy joven a trabajar para que ese régimen terminara y no me arrepentiré nunca de eso.  Me vire a Tony y exclamé: «Eh, pero ¿este me está defendiendo?» y me reí. Tony me respondió: «No cojas lucha, siempre hacen eso cuando no pueden defenderte como deben».

La fiscalía había utilizado como «testigos» suyos a algunos vecinos de nuestros barrios que supuestamente nos conocían y podían confirmar nuestras actividades «contrarrevolucionarias». En mi caso una ex suegra sería quien se encargaría de confirmar lo mala persona y lo contrarrevolucionario que era, pero finalmente no se presentó al juicio y no pudieron encontrar en todo mi barrio alguien que se prestara a jugar el infame rol de acusador en mi contra.

Finalmente las sentencias fueron leídas. Ya era de noche. Se mantenían todas las peticiones excepto una que fue rebajada dos años por prestarse en ese momento el acusado en aceptar las infamias contra nosotros y sobre todo atacarnos a Oswaldo y a mí.

Nos llevaron a las celdas de espera nuevamente. Antes de eso tuvimos un breve momento en el patio central del edificio para saludar a nuestros familiares que habían podido entrar al juicio. Mi padre me preguntó si quería algo. Le dije: «No tengo cigarros».  Se vira al militar que estaba a nuestro lado y le preguntó: «¿Puedo comprarle una caja de cigarros?» El hombre le respondió que no había tiempo para eso pero en un gesto que no sé como interpretar pero agradecí, miró alrededor y sacando una caja a la que le faltarían dos o tres cigarros de su bolsillo me la introdujo en el bolsillo de mi camisa.

Nos sacaron en medio de la noche tal como habíamos llegado en la mañana y pude alcanzar ver a mi hermana y a mi primo Rafael con otros amigos en la calle. Oswaldo, Freddy y otros compañeros nuestros habían permanecido todo el tiempo cerca aunque no les permitieron entrar al recinto.

Unas semanas más tarde, el día 17 de abril me permitieron tomar el sol en la azotea de Villa Marista en unos cubículos pequeños rodeados de altos muros y un enrejado en la parte superior. Antes del juicio no pude tomar sol y después del juicio esa era la primera y única vez que me lo permitieron antes de ser trasladado a la prisión de Kilo 8, o «se me perdió la llave» como se le conocía a la infame cárcel castrista, a 640 kilómetros de la Habana.  Así comenzó mi periplo de siete años y medio por las cárceles de Fidel Castro.

Regis Iglesias Ramírez es escritor, poeta, ex preso político de la Primavera Negra de Cuba, portavoz del Movimiento Cristiano Liberación. Fue desterrado y reside en Madrid.

Esta web utiliza cookies propias para su correcto funcionamiento. Contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas que podrás aceptar o no cuando accedas a ellos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Ver Política de cookies
Privacidad