Sobre Oswaldo Payá y Moisés. Por Rolando Sabin

A las puertas del 22 de julio de 2020: otro año más sin Oswaldo, sin Harold, sin libertad para los cubanos. El crimen sigue impune, las circunstancias de sus muertes continúan sin ser aclaradas. Para los que hemos vivido dentro del verdadero monstruo y le conocemos bien las entrañas, no nos cabe ninguna duda: fue un miserable, vil y horrendo asesinato. Para aquellos a quienes se nos amenazó alguna vez con la muerte de Oswaldo, el eco de las palabras del agente de la seguridad del estado cubano, autodenominado Edgard, siguen muy presentes como testimonio de una amenaza mortal: tu amigo anda por toda La Habana en bicicleta, puede tener un accidente. Al propio Oswaldo le hicieron ver que no iba a sobrevivir al dictador Fidel Castro. Lo tenía muy claro Oswaldo, la amenaza era real, los atentados previos se lo confirmaron. Y llegó a temer por su familia, por su propia vida. Pero los hombres grandes, enormes, se crecen y vencen el miedo. Así era Oswaldo, Oswaldo de Cuba. El Padre de la Nueva Patria cubana que está por venir. Porque llegará.

Siempre en estos días, no puedo evitar meditar sobre el amigo, el hermano, el hombre que deja huella profunda y que traspasa todas las convenciones.

Y hace unos días, por alguna razón, también pensaba en Moisés. Sí, el viejo Moisés, el del Sinaí y las tablas de la Ley. El que, por fidelidad a su Señor, lo dio todo por la liberación de su pueblo de la esclavitud.

Lo cierto es que he encontrado muchas similitudes entre Oswaldo, de Cuba, y Moisés, del Sinaí.

Moisés fue llamado por el Señor. La vocación cristiana, la vida de fe del cristiano, no es un derecho que tenemos. Es una llamada del Dios de amor, que podemos aceptar o rechazar. Conscientes de nuestra propia debilidad: el Señor llama a quien quiere, y pone los medios para que la llamada, de ser aceptada, fructifique.

La batalla contra el Faraón fue larga, cruenta, difícil… ¡en cuántas ocasiones debió el bueno de Moisés sentir la tentación de rendirse! El Señor le sostenía, y fue persistente. Una noche, finalmente, lo impensable ocurrió: por mandato del Dios de Israel un cordero fue sacrificado, su sangre señaló los dinteles de las casas de los hijos de Israel mientras pasaba el ángel de la última plaga, y finalmente el pueblo fue liberado. La esclavitud fue vencida. A esa noche le llamaron “la noche de la Pascua”. En hebreo pésaj que significa paso, porque la liberación se completó con el paso del pueblo judío por el Mar Rojo. Y es desde entonces un día de especial celebración para los judíos, que se reúnen cada año para celebrar la Pascua, un año más de la liberación de la esclavitud.

No fue una casualidad que Jesús de Nazaret, el Cristo, fuera inmolado el mismo día de la Pascua judía en que se inmolaban los corderos en el templo. Por eso le llamamos a Cristo: el Cordero Pascual, que nos liberó de la esclavitud del pecado con su muerte y Resurrección. Y celebramos cada año, los cristianos, la Pascua.

Oswaldo era un hombre de una fe profunda. Conocía muy bien la Historia de la Salvación, la Historia de la Iglesia, el compromiso que se exige a los hombres de fe comprometidos. Y la razón primera y última del compromiso y entrega para con su pueblo y con Cuba, venía de esa fe profunda, tenía en ella su raíz más intensa, era la sabia que le alimentaba y que le impulsaba a seguir adelante. No se le puede desvincular de su fe. Y de su raíz cristiana. Por la cual, como san Pablo, sabía que la verdad era para todos. Que la libertad es para todos. Y que el movimiento que poco a poco fue gestando, no era exclusivo por tener una impronta católica, sino por esa misma impronta, era universal, para todos.

Tenía muy claro que el fin último era la liberación, y que ese era el nombre. Porque era para buscar la Pascua necesaria para los cubanos, liberarles de la esclavitud de una dictadura cruel y sanguinaria que ya dura demasiado. Movimiento Cristiano Liberación, movimiento porque se mueve, porque mueve a otros, mueve conciencias y voluntades; cristiano porque es de inspiración cristiana, y Liberación porque ese es su fin primero y último: la liberación de Cuba de la esclavitud.

Como Moisés, vio claro el camino de la liberación.

Como Moisés, sabía cuando había que descalzarse, porque el terreno que pisan tus plantas es suelo sagrado. Porque estás ante la presencia del Dios vivo. Pero no confundirle con un beato: su fe era la fe profunda de un hombre de Iglesia. Que sabe ser uno entre todos, que sabe compartir un vaso de ron cuando es menester, que sabe reír y hacer reír cuando la ocasión lo amerita, que sabe remangarse y ponerse a cocinar para los amigos en el anonimato para que una celebración como la propia Pascua de Resurrección sea dignamente celebrada.  O irse por los campos y ciudades de Cuba para animar y acompañar a tantos que se unieron al proyecto. Un hombre al cual era fácil seguir, porque era cercano, solidario, porque hablaba el lenguaje de cada uno cuando podía era capaz también de una prosa profunda. Por eso tantos le siguen.

Como Moisés, tampoco pudo llegar a la Tierra Prometida. Le asesinaron antes. Le asesinaron, precisamente, para evitar que Cuba llegue a ser esa Tierra Prometida de los cubanos. Que aún no llega, pero llegará. A no dudarlo. Era su fe profunda y debe ser la nuestra.

Mantener vivo el legado de Oswaldo, su memoria, su obra fundacional y escrita, su pensamiento, es un deber ineludible. Como pasa con tantos hombres grandes, su verdadera dimensión se llega a vislumbrar al pasar los decenios. Y el camino que vio que era bueno, sigue siendo hoy el mejor, si no el único factible. Y los sueños y los estudios y los proyectos siguen siendo a día de hoy y de futuro, válidos. Pero de nosotros depende que no se pierda todo lo que significa.

Desde aquellos tempranos tiempos en los cuales tuvo la idea de lanzar una primera publicación mimeografiada, Ecos del Sínodo, y comenzar a escribir en ella desde el primer número, sus ideas de futuro para Cuba, a pesar del riesgo. Y su continuación, Pueblo de Dios. Ambos tienen su paternidad en Oswaldo y algunos colaboramos con él. Luego, el Padre Varela, el estudio de su vida y de sus escritos, en la Peña Cristiana del Pensamiento Cubano. El eco último de aquel sínodo, celebrado en 1987, y que trataba sobre la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo, fue la exhortación post sinodal, de Juan Pablo II, Christifideles laici, de 1988: el mismo año de la fundación del movimiento, y que Oswaldo supo interpretar en la formación de su compromiso y entrega como laico católico, como cubano y como hombre comprometido con su entorno. Y todo el largo camino posterior: el MCL, el Programa Transitorio, su participación en Concilio Cubano, el Proyecto Varela, su participación en Todos Unidos, y un largo etc. Un largo camino que no emprende solo, Oswaldo nunca estuvo solo, supo llamar, aglutinar, animar y acompañar. Por eso su obra no ha terminado, son muchos los que la continúan.

No es casual. No hay casualidades en la historia. Hay causalidades. Como los símiles entre Oswaldo Payá, de Cuba,  y Moisés, el del Sinaí.

Hoy debemos recordarle. Tenerle presente. Buscarle. Estudiarle. Conocerle. Agradecerle. Es mucho lo que le debemos. Nos dio todo, hasta la vida. Y no hay amor mayor que el de aquel que da la vida por sus amigos.

Rolando Sabin

Vigo, 20 de julio de 2020

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