Por aquellos tiempos yo estaba viviendo en casa de mi amigo entrañable Luis Torres, el mejor paisajista de la pintura cubana, beatlemaniaco incurable y rebelde por naturaleza. Dormía yo esa mañana cuando de pronto Luis entra a mi cuarto y me llama con urgencia; ¡Regis Regis, Regis!, me despertó Luis como nunca antes le había visto de alterado, «Han atacado las Torres Gemelas y el Pentágono, están atacando Estados Unidos»
Yo entre dormido e incrédulo por lo grave de la noticia pensé y le respondo ¿Atacado Unidos? ¿A quién se le ocurre? Pero ¿Quién ataca Estados Unidos? ¿Qué pasó?
¡Está saliendo en la televisión, un ataque terrorista!» dijo Luis.
Me levanté como el saltarín relampagueante Jack, me puse un short y un pullover y acompañé a Luis a la sala donde estaba el televisor y un programa de la prensa oficial cubana dando su versión y hasta justificando que «al final Estados Unidos tenía de su propia medicina por causar tanto daño al mundo», según los mamarrachos cobardes del desinformativo matutino. Qué asco nos provocó a todos aquel tono miserable y canalla de los alabarderos y testaferros del régimen de Fidel Castro.
Cuando vi las torres ardiendo envueltas en humo solo una palabra me vino a la mente, solo pensé en una sola cosa, ¡Greg!. Me dio un vuelco el corazón, mi primo trabajaba en el piso 103 de la torre norte, en la casa de bonos Cantor Fitzgerald y según decía la información un avión se había impactado entre los pisos 83 y 89. Ya en el año 1993 habíamos pasado el susto con Greg porque también entonces unos criminales habían intentado dinamitar las Torres desde su sótano pero sin éxito. Ahora parecía mucho más grave el problema.
Le dije a Luis que iría a casa de mis padres e intentaría averiguar sobre mi primo.
Cuando llegué mi madre y mi padre estaban desesperados aunque según desde New York les aseguraban que Gregory alcanzó enviar un mensaje de texto desde su teléfono esa mañana diciendo que «había habido un accidente en el edificio pero el estaba bien».
Fueron días terribles de espera por noticias alentadoras más la esperanza no la perdíamos. Se decía que muchas personas estaban cloqueados y habían perdido la memoria y aún estaban por identificar. Uno de ellos esperábamos y rezábamos para que fuera Greg.
Pero no, él fue uno de las 2992 personas que trabajadores o visitantes del World Trade Center esa mañana fueron víctimas mortales del odio y la maldad.