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Aunque en Washington recientemente se ha producido un “stop” en el esperado anuncio de la apertura de embajadas en La Habana y la capital estadounidense, para mí esta es una parada para coger impulso y hasta para próximamente engrandecer la mediación del Papa Francisco en una futura eliminación del embargo, pues sería muy incómodo para el Congreso norteamericano ser “más papista que el Papa”.
Si esto ocurre, Cuba estará transitando al neocomunismo, un modelo implantado por China y financiado por Occidente, que se basa en garantizar al capital extranjero estabilidad sociopolítica absoluta y la mano de obra más barata posible para producir los bienes de consumo que necesita el primer mundo, cuya producción sería demasiado costosa en los países desarrollados como consecuencia de los altos salarios que se pagan. La diferencia es, que en el caso cubano, el neocomunismo pudiese contar con la bendición papal.
En este contexto, la realidad cubana da un giro de 180 grados. Se trata el hecho como tal, de que por primera vez en la última mitad del siglo, los intereses de Cuba y de EEEU (entiéndase las inversiones norteamericanas) coincidirán en la necesidad de una Cuba estable y sin ningún cambio trascendental, que pueda afectar ni al poder político ni al capital invertido. En busca de este fin común trabajarán ambos poderes en coalición, de manera que a la obstinación e intolerancia del gobierno cubano contra la oposición política y la democracia, se le sumarán ahora los deseos de tranquilidad nacional de los que hayan invertido en la Isla.
Esta comunidad de intereses entre capital y poder político, ya practicada en China y Vietnam, arrastrará hacia ellos a cualquier gobierno y partido político en la Casa Blanca y el Capitolio. El principal objetivo del gobierno norteamericano y de todos los países democráticos es el de velar, con sus acciones y su política exterior, por el bienestar y los intereses de sus ciudadanos en cualquier parte del mundo. No por gusto en los años 60 el castrismo, ante la animosidad de Washington, confiscó todas las propiedades de ciudadanos norteamericanos, incluso sin que estos les fueran hostiles, y no por gusto, muchos congresistas durante años han propuesto el levantamiento del embargo que facilitaría a los votantes de su estado y fundamentalmente a los contribuyentes de sus campañas hacer negocios con Cuba.
Mientras más intereses norteamericanos haya en la isla, más estabilidad necesita también el gobierno de EEUU en suelo cubano. Esa estabilidad nada tiene que ver ni con las Damas de Blanco, ni con la resistencia de Antunez, y mucho menos con la realización del referendo que pide el Proyecto Varela, que pudiera desbancar la clase en el poder y generar un periodo de turbulencia política y legislativa.
¿Qué pasará entonces? Nada difícil de suponer. Si el embargo es levantado y el capital estadounidense se convierte en socio económico de la tiranía bajo las reglas de juego de esta, el modelo político en Cuba se eternizará y el gobierno de EEUU no querrá afectar las inversiones de sus ciudadanos y a su vez a su socio como garante de la estabilidad para los negocios. De manera que por carambola Washington y La Habana serán socios y el primero tendrá que retirar poco a poco –en consonancia con sus intereses– su apoyo a la oposición, sea cual sea el partido del presidente o de mayoría en el Congreso, que mantendrá, por un tiempo y con restricciones, la Ley de Ajuste para facilitar a los opositores viajar a EEUU en su mayoría, mientras que una minoría continuará en una lucha casi mímica, hasta que como consecuencia de la misma pobreza y censura que padecimos los opositores en los 80, se desvanezca, quizás en las cárceles, pero esta vez sin contar con el apoyo mediático de la gran prensa frenada por el gran capital.
¿Y el exilio? ¿Cuál exilio? Ah, ya, los que poblaron el Versalles y la Calle Ocho con anhelos de libertad para Cuba, aquellos que soñaron toda su vida con regresar a su patria con la cabeza alta y las mangas remangadas para reconstruir, aquellos que lograron, con mucha solidaridad hacia los suyos, una ley que ha permitido a cientos de miles de cubanos legalizarse y recibir ayuda humanitaria en EEUU. No, de esos ya no quedarán muchos, y a los que queden nadie les hará caso porque dirán que representan al pasado. Sí, a un pasado de esperanza y de vergüenza, con amor a Cuba. Demasiada dignidad en ellos para estos tiempos de tanta tecnología.
Los que quedemos en Miami y otros lugares de EEUU seremos, en muy poco tiempo, no exilio, simplemente seremos cubanos emigrados, eso tiene más swing. Contaremos con “líderes” de “nuevo tipo” con rostros “más frescos”, más “capacitados”, con gente formada en las universidades cubanas con la meta clara de algún día no lejano convertirse en un líder emigrante. Qué buen cálculo, ¿verdad? Tendremos hasta un puente entre Miami y La Habana con línea de tren de alta velocidad, para pasar el happy hour del viernes en el Vedado a ritmo de Regento y regresar el domingo al efficiency de Hialeah. Y cuidadito con hablar mal de los Castro. Eso no se perdona.
Secretario General del Movimiento Cristiano Liberación.