Una silueta de luz en medio de la sombra. por Regis Iglesias. portavoz del MCL

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A las 9 am llame a casa de tía Beba. Esperaba como de costumbre escuchar a Efrén responder el teléfono y esperaba me pusiera al tanto de las novedades de las primeras horas de ese 19 de marzo como por lo general era nuestra rutina. El día anterior cuando llame en la mañana le había pedido preguntara a Oswaldo si mi presencia en el Cerro era imprescindible pues quería dedicar la tarde a reunirme con el Comité Ciudadano del municipio 10 de Octubre y comprobar la marcha de la campaña de recogida de firmas en apoyo a la demanda sobre el Proyecto Varela. Luego de consultar con Oswaldo, este me dio luz verde para mis propósitos.

Pase  aquel 18 de marzo reunido con nuestros activistas hasta bien entrada la tarde. Luego como de costumbre visite mis amistades del barrio y termine la tertulia ya pasada la media noche con mis entrañables amigos Luis Torres y Alejandro Rivero. De regreso a casa mi madre preocupada me esperaba pues las noticias aseguraban que estaban siendo arrestados un grupo de opositores y periodistas independientes que se habían reunido en la residencia de James Cason, Jefe de la Sección de Intereses de los Estados Unidos en la Habana.

Para no preocuparla, le reste importancia y le dije que como siempre les soltarían pasadas unas horas y que además, algunos de los invitados de Cason eran notorios informantes de la policía política del régimen. Aquello no tenía nada que ver con nosotros.

Yo no había tenido ocasión ese día de ver las informaciones oficiales pues estaba ocupado en mi trabajo como gestor de los Comité Ciudadanos y luego, en el ambiente que frecuentaba no era habitual escuchar ni las “mesas redondas” ni los noticieros del régimen, por lo tanto aquel 18 de marzo había estado ajeno a la tormenta que azotaba a la oposición pacífica cubana. Como fuera, la desinformación de la televisión nacional no daba mayores pistas de lo que en realidad estaba pasando.

Me fui a dormir y mi madre quedó más tranquila.

No fue Efrén quien respondió mi llamada el 19 de marzo. Con sorpresa escuche a Ernesto Martini, “Freddy”,  que me dijo: “Ven de inmediato que han detenido anoche a Efrén,  a varios gestores en todo el país del Proyecto Varela y a miembros de la oposición”. Todavía no podía explicarme que estaba pasando cuando colgué y partí de inmediato en mi bicicleta rumbo al Cerro.

Oswaldo ya estaba junto a Tony Díaz en la calle visitando a los familiares de los detenidos, la lista era a cada hora mayor. También fueron a reunirse con miembros del cuerpo diplomático acreditado  en la Habana para denunciar lo que ocurría, a todas luces una ola represiva de la que desconocíamos el desenlace.

Yo comencé a atender las llamadas telefónicas de la prensa interesada en saber lo que estaba ocurriendo. También nos llegaba constantemente información de todo el país reportándonos nuevos detenidos, ya sumaban decenas ese segundo día de la escalada represiva.

En la noche regresó Oswaldo con Tony, estaban agotados. Tony partió  a su casa en Marianao para asearse y comer algo. Por distraer la atención de los muchachos habíamos acordado llevarles al estadio del Cerro a ver un partido de beisbol  del equipo Industriales. Pero cuando cenábamos algo para salir la hija de Oswaldo atiende una llamada que parecía urgente. “Espérate para que hables con Regis”, dijo al auricular mirándome preocupada. Era Yeni, la hija mayor de Tony. Llorosa  me dice que a su padre le estaban deteniendo. La anime y trate de no preocuparle más.

No fuimos al juego de béisbol. Oswaldo y yo nos movimos a casa de tía beba, una cuadra más arriba a la de él y relavamos a “Freddy” atendiendo llamadas de familiares y periodistas. Ya el cerco de la policía política había arreciado en la zona. Se dejaban ver decenas de agentes a pie y en automóviles rondándonos y pasando frente a la casa de Beba. Llego un corresponsal español para entrevistar a Oswaldo y estuvo un buen rato junto a nosotros a la espera de que también fuéramos detenidos. Años más tarde este periodista demostró ser un provocador que,  por alguna razón que solo el podrá aclarar, se ha empeñado en atacar abiertamente a los pacíficos opositores cubanos y defender a los verdugos y sicarios del régimen.

Freddy ya se había marchado y solo quedábamos Oswaldo y yo para enfrentar el eminente asalto a casa de su tía, donde funcionaba nuestra oficina. Acordamos bien tarde en la noche, cuando todo parecía más tranquilo, que yo me quedaría a dormir en casa de Beba pues miles de nuevas firmas en apoyo al Proyecto Varela aún estaban en el lugar.

La mañana siguiente, el 20 de marzo, llego Freddy. Oswaldo y yo nos movimos a casa de Ricardo Montes, otro de los líderes de nuestro Movimiento. La persecución desde el primer momento era feroz, teníamos intención de movernos en la antigua moto de Ricardo pero al ver la agresividad de nuestros perseguidores decidimos no arriesgarle y continuar Oswaldo y yo hacía casa de Tony en autobús.

Los automóviles de la seguridad del estado eran ostentosamente visibles. Uno de ellos que estábamos siguiendo con la vista desde que tomamos el ómnibus en la avenida 51 se adelantó y cuando llegamos a la próxima parada un agente se bajó del carro y se montó en el transporte público en que viajábamos. Se nos acercó a menos de un metro en el interior de la “guagua”.

Cuando nos bajamos se bajó con nosotros y continuo caminando a pocos metros nuestros hasta que tomo otro auto y desapareció. En ese momento nos perseguían una furgoneta blanca, una ambulancia, dos ladas y hasta un Mercedes Benz. Faltaba el helicóptero al parecer por falta de combustible, digo yo, para acorralar a dos simples y pacíficos  mortales como nosotros.

Llegamos a casa de Tony Díaz y allí estaba toda la familia preocupada, su esposa Gisela, su hija Yeni, su suegra y su hermano. Nos contaron el violento despliegue intimidatorio contra su esposa y sus hijas menores de la noche anterior para arrestar a Tony.

Nos movimos de inmediato a la embajada de Holanda. La señora embajadora nos garantizó que su país denunciaría la ola represiva y pediría explicaciones al régimen cubano. Igual sucedió en la embajada española, desde donde Oswaldo pudo comunicarse con el presidente Aznar y con Pat Cox, presidente en ese momento del Parlamento Europeo.

Seguimos nuestro camino y pasamos por una Iglesia donde teníamos muchos amigos. Pudimos ver imágenes de CNN en las que entrevistaban al periodista independiente  Omar Rodríguez Saludes en el balcón de su casa, desde donde se podían ver el despliegue de agentes esperando la orden para detenerle. Leímos una entrevista que yo había dado el día anterior al periódico El Nuevo Herald denunciado la cobarde provocación del régimen y hacíamos planes de contingencia para un momento tan dramático.

Estábamos agotados pero no podíamos detenernos, que lo hicieran nuestros perseguidores. Mientras deteníamos brevemente nuestra marcha para un refresco Oswaldo me dice: “Vamos a reunir a todo el movimiento frente a Villa Marista hasta que no suelten a todos los detenidos”

Yo le replique, “No te das cuenta que esto es contra nosotros directamente, que la inmensa mayoría de los detenidos son gestores del Proyecto Varela? Nos han detenido a nuestros líderes en todo el país y ya solo quedamos tú y yo. No, el que quede debe reunir nuevamente a nuestra gente y continuar. Los que caigamos deberemos esperar tiempos mejores, ahora ya no hay nada que hacer. Tenemos una base mínima pero no suficiente para retar al régimen en ese terreno. Si actuamos con la sangre caliente destruyen todo lo logrado. Yo ya me siento extraño de no estar preso a estas alturas”

El me miro,  le vi angustiado. Oswaldo estaba sufriendo por cada uno y todos nuestros hermanos detenidos, por sus familias. Quería ser el mismo quien estuviera ahora tras esas puertas tapiadas de Villa Marista, el cuartel general de la policía política cubana. Sentí su sufrimiento, pude ver toda la grandeza de aquel hombre en su mirada de  dolor, pero a la vez sus ojos como siempre traslucían su determinación a continuar pasara lo que pasara, defendiendo los derechos de todos los cubanos.

Continuamos nuestro camino hasta llegar a la parroquia Cristo Rey. Entramos en el templo. Un sacerdote amigo, el padre Jose Baldrich, se nos acercó preocupado con lo que estaba sucediendo según las noticias, se ofreció a trasladarme a mi casa en su automóvil. Yo le agradecí pero decline su solidario gesto, debía continuar junto a Oswaldo. Nos arrodillamos unos minutos y oramos por nuestros hermanos detenidos, por sus familias, por los líderes y activistas del MCL y la oposición cubana, por los miles de ciudadanos firmantes del Proyecto Varela y por todos los cubanos. La nube siniestra que ha estado sobre nuestra amada patria por tantas décadas se presenta hoy aún más peligrosa y amenazante.

Regresamos a casa de Beba, teníamos la esperanza de que todo se hubiera detenido y que ya tendríamos noticias de los primeros liberados luego de unas horas. Freddy nos comunicó la dura realidad, había más arrestados, no había señales de que lo que estaba pasando fuera como otras veces algo  pasajero.

Nos dimos a la tarea de contactar a quienes estaban aún en libertad y comunicarles que el trabajo por los derechos de los cubanos continuaría en cualquier circunstancia.

Sobre las ocho de la noche le dije a Oswaldo que iría unas horas a casa de mis padres y que regresaría nada mas haberme aseado y comido algo. El me insistió en que me quedara. “No te vayas, esta gente está muy agresiva y te pueden detener a ti también. Ofe te prepara algo de comer y te bañas aquí” “No, le dije, si me van a arrestar que lo acaben de hacer ya, tengo la impresión de que no lo han hecho porque estábamos juntos todo el día pero no podemos evitar esta situación eternamente, además, no quiero que me arresten estando contigo, te conozco y vas a intentar evitarlo poniéndote en riesgo tú también. De ninguna manera! Tu salva al Movimiento, salva el Proyecto Varela y cuídame mis hijas… Ve para la casa con los muchachos que Freddy y yo nos vamos a Lawton un rato y regresamos”

El me miro como un padre que ya no puede evitar las decisiones de su hijo crecido. Si pudiera me hubiera atado a una silla para que no me fuera, si hubiera podido me abrazaría y no me permitiría salir  solo al encuentro de nuestros perseguidores. Todo eso lo dijo su gesto, su mirada.

“Nos vemos Bapu”, le dije y vire el rostro comenzando a hablar con Freddy, que estaba a mi lado en la entrada de la casa de tía Beba, de un tema nimio para que él se marchara. Sentí como lo hizo y fue entonces que me volví parta mirarle como se alejaba en medio de la oscuridad de la noche hacia su casa, donde Ofelita y los muchachos le esperaban preocupados. Caminaba con paso firme y su estilo característico. Llevaba los puños cerrados, como  con furia por no poder evitar lo inevitable, como si todo dependiera de el para traer la libertad a los cubanos, como si quisiera para si todos los caliz que nos tocarían a nosotros. Como quien sabía que el camino no había concluido allí y ya tocaría a él y al más joven de sus discípulos enfrentar juntos, solos, la cruz del martirologio años más tarde.

Fue la última vez que nos vimos, nunca podré olvidar su silueta de luz  desapareciendo en las sombras.

Minutos más tarde desde mi teléfono móvil le enviaba una llamada pero yo no hablaba. Pude, en cuanto percibí la maniobra de nuestra detención, Freddy me acompañaba,  hacer la llamada y lanzar, en el forcejeo con mis captores, el teléfono bajo el taxi en que viajábamos para evitar lo ocuparan y dar tiempo a que en casa de Oswaldo se enteraran de que habíamos sido arrestados. La esposa de Oswaldo, me entere luego, fue quien respondió y le pasó el teléfono a Oswaldo para que escuchara como nos secuestraban en plena vía pública. Sé que él, nuestro querido Bapu, mientras  increpaba a los sicarios que finalmente recogieron con algo de esfuerzo, bajo el automóvil, mi teléfono, dejo correr en su contraída mejilla, un límpido cristal  de despedida.

Hasta pronto, Oswaldo, sé que nos reencontraremos, Bapu.

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