por Sergio Moreno
La ventaja que tienen es que no hacía falta que nadie les explicara cómo se supera un momento delicado. De esos en los que la economía y el empleo reaccionan como los Mentos con la Coca-Cola. Traían el hambre y era el consuelo a mano cuando llegaron los primeros expatriados cubanos que fueron obligados a abandonar la isla hace un año. Sabían que iba a ser duro. Pero ha resultado ser mucho más de lo que tenían previsto.
Desde octubre, son siete los activistas que ya se han reunido en Miami, aunque serán alrededor de una treintena de los cuarenta y un prisioneros de la Primavera Negra, como se conoce la represión que llevó a cabo el régimen castrista en 2003, los que viajen de forma escalonada de España a EEUU.
Las autoridades norteamericanas han creado un programa de visados para los asilados políticos cubanos para permitir su entrada en el país. “Muchos de los que viajamos lo hacemos porque tenemos familiares en Miami, pero también es un hecho que la situación laboral no es la mejor, ya no para nosotros, sino para todos los españoles, que se encuentran en dificultades. No hemos llegado a España en el mejor momento y aquí no hay futuro”, comenta Antonio Díaz, activista del Movimiento Cristiano de Liberación que este martes abandonará el país con su familia.
Una firma del ministro para conceder el asilo
Antonio Díaz reconoce que los tiempos no acompañan y esa es, principalmente, la razón por la que se marchan, aunque también le deja un recadito al Gobierno: “Nosotros salimos de una prisión política y el Gobierno español sabía que éramos políticos presos de conciencia, sin embargo, el asilo se dilató innecesariamente”. ”Se ha dicho”, continúa, “que hay 40 solicitudes concedidas y que lo que falta (de eso ya hace más de un mes, y quizás, de dos) es la firma del ministro del Interior. No hay justificación para no haberlo hecho, después de 11 meses de haber llegado a España”.
Según el parecer del activista, “esto ha provocado que hacer algunos trámites sea más difícil”. Incluso coger un avión dentro de España. “También lo dificulta que haya que renovar el permiso de trabajo cada tres meses. No quiero decir que no hayamos conseguido trabajo por la tarjeta, sino que ha sido un impedimento más”, aclara.
Por lo demás, Díaz se muestra agradecido por el trato que han recibido tanto él como el resto de exiliados durante su estancia (”No me canso de repetirlo. Hemos tenido cubiertas nuestras necesidades. Nuestros hijos han ido a la escuela, han recibido atención médica, tenemos casas confortables, y una ayuda que nos permite subsistir en un nivel muy, pero muy digno”), aunque cree que los políticos deberían afrontar el problema de los represaliados cubanos y no mirarlo de reojo.
El Gobierno “tiene derecho a elegir la vía para relacionarse con Cuba y los cubanos, pero tiene que estar fundamentalmente basada en la exigencia y el reclamo al respeto de los derechos humanos. Pero no pensando en el futuro, sino en el día de hoy”.
Díaz tercia sobre la liberación de los opositores, una medida que el régimen castrista se vio empujado a adoptar, aunque después hiciera del gesto un banderín para hacer pasar la puesta en libertad de los represaliados por una relajación del castigo a los desafectos con el régimen.
La trola de la liberación de presos
“Las autoridades cubanas, para mejorar su imagen, necesitaron limpiar las cárceles de presos políticos. Esto ha durado muy poco, porque tenemos conocimiento de que unas cuantas personas, unas seis, han sido encarceladas por motivos políticos (reparto de octavillas contra el régimen castrista)”.
“El régimen no permite que ninguna organización humanitaria del mundo visite las cárceles: los relatores que se ocupan de los casos de torturas no han podido entrar”. Amnistía Internacional, la Cruz Roja, tampoco. “¿Por qué? Porque no quieren mostrarle al mundo cómo viven los presos en condiciones infrahumanas”.
Díaz recuerda su paso por la prisión de Canaletas con la quietud con la que contó uno a uno los siete años que pasó encerrado, hasta que de noche fue sacado en procesión hasta el aeropuerto, rumbo a España y sin posibilidad de vuelta.
“Las cárceles cubanas son campos de concentración de este siglo. Las condiciones de vida son dificilísimas, la alimentación se basa en raciones de alimentos letales, y solo se pueden superar porque los familiares de los presos les llevan sustento”. Tan desesperada es la situación que incluso hay reclusos que compran por 10 cajetillas de tabaco sangre de compañeros enfermos sida para poder ‘ganarse’ la comida que sirven en el hospital de la prisión. “Llegan a inyectarse sangre contaminada y petróleo y mucha gente intenta suicidarse porque no pueden aguantar”.
“Los convictos sufren hacinamiento por la superpoblación de los penales. Los espacios comunes están atestados de gente. En una galera de 5,5 metros cuadrados en la prisión de Canaletas pueden llegar a convivir hasta 27 personas. Había 9 literas de tres pisos y salíamos a menos de 1,2 metros cuadrado per cápita. También tengo la experiencia de haber vivido un año en una celda de castigo de 1,5 de ancho por 2,5 de largo, en solitario”.
Si ponía los brazos en cruz, recuerda, podía tocar con las palmas las dos paredes. Pero era un “alivio”. “No tenía que compartir el espacio. Parecía increíble que pudiera tener para mí más de un metro cuadrado”.