http://rosadiez.net/2010/05/07/el-alma-de-cuba/
“Todos ellos eran colaboradores de Oswaldo Payá; todos ellos cometieron el delito de recoger firmas para el Proyecto Varela que pide, de acuerdo con los propios procedimientos del Gobierno de Cuba, una nueva Constitución para el país. Todos ellos fueron condenados por ejercer sus derechos de ciudadanía en un país en el que la libertad está condenada a cadena perpetua cuando no a muerte.”
El alma de la Cuba digna se conjuga en femenino y en plural: Las Damas de Blanco. También hay que escribirlo con mayúsculas, para que todo el que lo vea escrito sepa que estamos nombrando algo extraordinario e irrepetible.
El miércoles día cinco de mayo, a las doce de la mañana, hora de La Habana, entramos en el domicilio de Laura Pollán, una de las mujeres que forman el colectivo Las Damas de Blanco, esas mujeres que marchan cada semana en su ciudad para recordar ante el mundo -y también ante sus conciudadanos cubanos y ante el Gobierno de Castro– que sus hombres están privados de libertad por un delito de conciencia. Ellas son las esposas o madres de los 57 ciudadanos cubanos encarcelados por orden de Fidel Castro en el año 2003. Encarcelados y condenados a penas de entre quince y veinticinco años. Condenas que son, por la edad que tenían cuando fueron encarcelados y la expectativa de vida en Cuba, cadenas perpetuas.
Todos ellos eran colaboradores de Oswaldo Payá; todos ellos cometieron el delito de recoger firmas para el Proyecto Varela que pide, de acuerdo con los propios procedimientos del Gobierno de Cuba, una nueva Constitución para el país. Todos ellos fueron condenados por ejercer sus derechos de ciudadanía en un país en el que la libertad está condenada a cadena perpetua cuando no a muerte.
Laura estaba acompañada por Alejandrina de la Riva y Loida Valdés. En la habitación contigua, unida a la salita a la que se accedía directamente desde la calle, estaban otras dos mujeres “del interior”, que habían llegado a ayudarlas. Nos sentamos haciendo un círculo; yo daba la espalda a la calle; a mi izquierda, Alejandrina y Loida que tenían tras de si un mural que recordaba los nombres de todos los presos de conciencia. Fernando Maura se sentó frente a mí; a mi derecha, Laura; y en segunda plano Mayka y Antonio Salvador, cuaderno y cámara en mano. Al poco rato llegó Berta Soler, otra de las Damas de Blanco, que se sentó junto a Fernando. Traía con ella a su madre (“no puedo dejarla sola en casa y quería estar aquí”), una mujer muy mayor, con el pelo muy corto y muy blanco que destacaba sobre su negra piel.
Laura nos contó cómo surgió el movimiento de las Damas; como empezaron a reunirse tres, cuatro, siete… en esa misma sala. Cómo al principio se reunían para no llorar solas, para compartir su angustia, para darse calor humano y consuelo. Nos contó cómo fue aumentando el número de mujeres que acudían día tras día. “Loida dijo al principio que esta sala se nos quedaba grande; luego nos dimos cuenta que se había quedado pequeña y salimos a la calle”.
Nos hablaron de sus hombres; de la enorme injusticia que soportan; nos contaron que la mayor parte de ellos están encarcelados en prisiones lejos de las provincias en las que residen sus familias: “Nos castigan dos veces, a nosotros y a ellos. A ellos porque al sufrimiento de estar injustamente encarcelados, se añade el de saber las penalidades que pasamos para poder llegar desde nuestros hogares a visitarlos; y a nosotras, su familia, porque el viaje es muy penoso”. “Mi esposo lleva tres años sin ver a su madre; ella está mayor, no soportaría el viaje…”
Nos hablaron de la situación de las cárceles. “No todas son iguales; mi esposo está en una prisión muy limpia, le dan de comer decentemente… pero la gente que le vigila es muy mala, muy dura, cruel…” “Otras prisiones son viejas, sucias, apenas les dan de comer, están desnutridos, enfermos…pero algunos de los guardianes son caritativos… Otras son viejas y sucias, no les dan apenas de comer, y sus guardianes son personas crueles que no tienen piedad por su dolor… Hay de todo”.
“Tengo una madrina en España, es como de la familia, no nos conocemos, pero un día llamó y preguntó en qué podía ayudar… Ahora es una más de nuestra casa, nos queremos como si fuera familia… Se llama María Benjumea…”
“Un día decidimos marchar por las calles de Cuba para que el mundo supiera lo que estaba pasando en Cuba, para que se aprendieran los nombres de los presos, para que nadie olvidara esta injusticia, para que viéndonos a nosotras viera las caras de los nuestros, ciudadanos sin cara ni nombre conocido por nadie más que por el régimen que les quitó la libertad y por nosotras, sus familias”. “Salimos a la calle para que sepan que no les olvidamos; y para que nadie olvide”. “Salimos para pedir su libertad, para que los cubanos nos miren a la cara, mujeres desarmadas, pacíficas, campesinas, que nunca pensamos que íbamos a tener que hacer nada así…”
“Yo soy una campesina del interior; tengo una hija que sufre epilepsia; nunca hice otra cosa que atender mi casa; y nunca conocí de cerca el compromiso de mi marido. Llevaba treinta años viviendo con él cuando lo encarcelaron y creía que es ese tiempo le había escuchado todo cuando me quería decir; cuando se lo llevaron, pasado el tiempo, me di cuenta que hubo una palabra que me decía y yo no escuche: libertad. Le escribí un poema a la cárcel para pedirle perdón por no haberle prestado la suficiente atención”.
“Yo era profesora; a veces le reñía a mi esposo por quitarnos tiempo a la familia, a mí, por dedicarlo todo a la causa, al Proyecto Varela. Ahora me doy cuenta de cuanto tiempo se necesita defender a nuestra patria. Porque yo tampoco tengo ahora tiempo para otra cosa. Y ahora quiero mucho más a mi patria de lo que la quise nunca; ahora sí que se lo que es luchar por tu país, por la libertad, ahora sí que soy cubana…, más que nunca…, más que nunca…”
“Cuando se lo llevaron nos requisaron todo: las fotos de la boda, las fotos con los hijos, los recuerdos familiares en los que aparecía su rostro… Quieren borrarlos, no quieren que les podamos hablar de ellos a nuestros nietos, a nuestros hijos. Quieren que no podamos enseñarles quien fue su padre, que no puedan recordar su rostro, que lo borren de su memoria. He llevado a mi nieto a que lo conozca; y hemos puesto su rostro de una foto perdida en esta camiseta. No podrán borrar nuestra memoria, no podrán con nuestros recuerdos…”
“Nos acosan en la calle, nos insultan con obscenidades, nos golpean, nos persiguen cuando caminamos. Quieren que abandonemos, que tengamos miedo… A qué vamos a temer, qué nos pueden quitar… Cada día estamos más fuertes. Sólo queremos que les dejen en libertad. No son delincuentes, no hicieron nada malo, no hay nada por lo que tengan que pedir perdón”.
“Necesitamos que ellos sepan que no están solos. Una carta que les llegue de alguien desde España, una postal, unas palabras. Sólo para que sepan que en alguna parte de España, un hermano piensa en él. Para ellos es muy bueno; y si los carceleros no se la dan, también es bueno: aunque no se la entregue a su destinatario el carcelero la lee; y el carcelero comprende entonces que en alguna parte de España hay un ciudadano que sabe el nombre y el apellido de nuestro esposo, que sabe en la cárcel en la que está encerrado, que nuestro hombre tiene un vínculo en el exterior. Y eso les protege”.
Nos comprometimos a organizar una campaña permanente de envío de cartas a cada uno de los presos de conciencia cubanos. Laura nos grabó unas palabras que colgaremos en la web haciendo este llamamiento: Tu carta para un preso. Haremos una cadena de solidaridad activa; organizaremos envíos todos los meses, setenta y cinco cartas por duplicado: una a la cárcel y otra al domicilio familiar, para que se la puedan llevar; y también para que sepan, unos y otros, que no les vamos a dejar solos nunca más.
Estar con las Damas de Blanco es una de las emociones más intensas, más ricas que he vivido. Hemos tenido una enorme suerte pudiendo conocer a esas mujeres, escuchándolas hablar, sintiéndonos acogidas por ellas como amigos y compañeros de camino. En dos horas de conversación hemos recibido tantas lecciones de dignidad, de respeto, de valor cívico, de generosidad… que no soy capaz de expresarlo. Nos contaron su vida, sus experiencias y sus temores sin perder la dulzura en la mirada, el gesto amable y cálido. La esperanza se sobrepuso siempre a cualquier otra sensación, por dramática que fuera la experiencia narrada.
Nunca voy a olvidar ese hermoso reencuentro: la salita en penumbra para soportar el calor, las tacitas de café oloroso y fuerte, azucarado y denso. Laura entrando y saliendo del relato coral, siempre con su voz suave y su sonrisa dulce; Berta con su sonrisa franca y abierta que dejaba al descubierto su blanquísima dentadura, abrazándonos fuerte, con una espontaneidad y un cariño contagioso; y Alejandrina, que parecía tener edad para criar hijos pre-adolescentes y nos habló del nieto pequeño al que llevó en su último viaje a conocer a su abuelo; y Loida que nos habló de los poemas que escribe a su esposo desde esa primera vez en la que le pidió perdón por no haber percibido cuantas veces él pronunció la palabra libertad…
Gracias, mis amigas, nuestras amigas cubanas. Gracias por estar ahí y por ser tan grandes. Gracias por recordarnos el verdadero significado de palabras como dignidad, valor, solidaridad, amor, fe, confianza, esperanza, amistad, alegría…libertad. Besos fuertes. Besos mil, amigas.