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Había que verlo mordiéndose los labios para entender bien la impotencia que siente un hombre cuando quieren atarle las manos y los pies con infamias. Había que verlo descargando su rabia en cada sílaba al presenciar que el cadáver del disidente que acaba de morir, que acaban de torturar, que acaban de asesinar, se quiere cubrir de mentiras y de saliva. Muerte de carne y muerte de memoria. Pero en el atardecer de La Habana, con olas rebeladas que se saltaban el malecón, había que ver a Oswaldo Payá, firme y sereno: “Lo han matado por ser pobre y por ser negro”.
Había que oírlo, sentir su angustia, compartir su impotencia, para, a continuación, volver la mirada y contemplar a los que aquí, a más de siete mil kilómetros de distancia, siempre tienen una palabra de disculpa para la dictadura de Fidel Castro. Ni siquiera hace falta mirar a los que repican miserablemente las consignas del castrismo porque esos, como ocurre el terrorismo vasco, ya sabemos que pertenecen a esa misma estructura de terror. No, no, mientras hablaba Oswaldo Payá a los pies del malecón sólo había que volver la mirada, atravesar el mar, pensar en Cádiz o en Sevilla, y recordar a los que aquí se mantienen en la equidistancia del silencio y la disculpa, del matiz y la consideración. Porque, al final, la angustia mayor de esos hombres llega cuando comprueban que ni siquiera aquí se les escucha.
Bastaría saber lo que esa gente espera de los españoles para que mañana mismo en ayuntamientos y diputaciones se presentaran mociones de repulsa del régimen castrista. Bastaría saber que esa gente ansía que España, con su autoridad moral y su fortaleza europea, les guíe y les conduzca hasta la democracia para que hoy mismo se registrara una moción en el Parlamento andaluz o en el Congreso de los Diputados. Pero se oyen los lamentos de Oswaldo Payá y parece claro que no hay posibilidad alguna de que España esté a la altura del reto que le exige la historia. Dicen que a España le ocurrirá como a La Iglesia cubana: Objetivos a largo plazo y, en el día a día, una estrategia de prudencia y discreción. Muere un preso en la cárcel y la respuesta es la esperada: “Hay que intensificar el diálogo porque siempre será mejor el diálogo que la ruptura”. ¿Cómo entender que para que España pueda dialogar con estados fundamentalistas o con tiranías perpetuas siempre sea España la vaya dando pasos atrás; tantos pasos atrás que quien acaba convirtiéndose en un tipo incómodo es la gente como Oswaldo Payá, que se juega la vida con la defensa de la democracia y la reconciliación de todos y no se arruga jamás?
En un bar de la Habana vieja, el responsable de un programa de ayuda de la provincia de Málaga parece bajar los brazos ante la imposibilidad de que el gobierno cubano contribuya para que la cooperación sea efectiva. Y pone un ejemplo: “Hemos venido a analizar el agua potable y, cuando hemos tenido los resultados, nos han dicho que ni se nos ocurra difundirlos”, afirma mientras retira de su vaso de ron unos cubitos de hielo. “Gastroenteritis segura…”, añade. ¿Tiene sentido todo esto? No, claro, no tiene ningún sentido. Decenas de instituciones andaluzas, desde la Junta de Andalucía hasta la más reciente plataforma municipal de ayuda al pueblo cubano, participan a diario en la vida cubana. Por una vez tendrían que pararse y mirar alrededor.Etiquetas: Cuba, Democracia, Derechos Humanos
posted by Javier Caraballo @ 12:56 PM