NO PEDIMOS CLEMENCIA; PEDIMOS JUSTICIA. Carlos Payá en le revista EPOCA

EPOCA

Justicia es lo que le negaron a Alejandro González Raga, uno de los gestores en la recogida de firmas para el Proyecto Varela. El 17 de febrero de 2008 aterrizó en el aeropuerto de Torrejón de Ardoz.

Carlos es hermano de Oswaldo Payá, fundador del Proyecto Varela. Con esta iniciativa, amparada por la Constitución, se consiguió recolectar 25.000 firmas para presentar al Gobierno una solicitud de cambios en la legislación. Esta movilización desencadenó la represión de la llamada Primavera Negra de Cuba, que terminó con el encarcelamiento de 75 disidentes.

Carlos no ha estado en la cárcel, pero ha vivido en esa gran prisión que para él es la isla. Hace 25 años salió de allí sin más maleta que la ropa que llevaba puesta, pero es un hombre fuerte y enérgico que sueña con ver a su Cuba libre. “Los cubanos no podemos perder la esperanza ni el humor, es lo que nos mantiene”. Habla con firmeza de los problemas del país. No hay miedo en sus ojos. Me explica que forma parte del Movimiento Cristiano Liberación y que desde el exilio hace todo lo posible por dar a conocer la situación.

La gente tiene la idea de que antes de la llegada de Castro, éste era un país retrasado; sin embargo, era el tercero de América en renta per cápita. Yo creo que todo hubiera evolucionado tal y como lo han hecho otros países y ahora estaría al nivel de Chile”, apunta. El problema de Cuba radica en “la ineficacia del régimen a base de los famosos planes quinquenales. El Che Guevara, al que convirtieron en ministro de Economía, que además de un asesino era un loco, fue el que destrozó todo el tejido empresarial y agrícola de Cuba, sumiéndola de por vida en una pobreza controlada”.

Los cubanos resisten el régimen gracias al humor. “Se habla de que la gente que sobrevive es porque tiene FE, es decir, Familia en el Extranjero” -aclara Payá-. “Hay una gran y brutal separación entre las personas que reciben ayuda de fuera y las que no la reciben”.

Hablamos de las reacciones que ha causado la muerte de Zapata en el resto del mundo. Payá opina que el régimen está inquieto y ha reaccionado a la defensiva. “Se ha dedicado a agitar el fantasma de que si era un delincuente común, de que si ha sido manipulada la situación del preso por los disidentes mercenarios… Esa terminología que ya no se cree nadie. Pero sin duda, lo que no esperaban era esta reacción mundial. Amnistía Internacional está pidiendo claramente la liberación de los presos”. Sin embargo, a Carlos le sorprende que todavía haya quien defienda la versión oficial: “Creo que la única defensa explícita que ha habido del régimen la ha hecho un personajillo que ha tenido que retractarse, porque es indefendible”, sostiene.

En Cuba se puede entrar en prisión no sólo por delitos comunes, sino también por otros motivos. Por ejemplo, “hay una ley en el Código Penal que habla de la peligrosidad delictiva. Es decir, te pueden prejuzgar por intenciones. Si el juez o la policía deciden que tú eres un presunto delincuente, te pueden condenar”, declara Carlos.

Llama la atención que la comunidad internacional continúe de brazos cruzados. Payá lamenta que el Gobierno español, sea del color que sea, siempre ha mantenido sus empresas en Cuba traficando con mano de obra esclava, pero resalta que al menos José María Aznar defendió una postura basada en la dignidad más allá de la firmeza. El Gobierno de Zapatero, sin embargo, “está haciendo una política bastante lamentable” -opina Carlos-. “No deberían tratar el régimen con esa política de rendición preventiva a cambio de obtener pequeñas dádivas. Sin duda, se agradece cuando se consigue la liberación de un preso, pero en el caso de Cuba no se debe pedir clemencia con los presos, sino justicia”.

Justicia es lo que le negaron a Alejandro González Raga, uno de los gestores en la recogida de firmas para el Proyecto Varela. El 17 de febrero de 2008 aterrizó en el aeropuerto de Torrejón de Ardoz. “Hacía mucho frío”, recuerda. Alejandro no pudo elegir. “Me sacaron de la celda para llevarme ante un oficial de la Seguridad del Estado. Éste me dijo que decidiera en ese mismo momento si quería ir a España o quedarme en la prisión. Le dije que yo sin mi familia no me iba a ninguna parte. Entonces me dieron la posibilidad de llamarles”. De la cárcel subió directamente al avión, “no pude ni despedirme de mi madre, que la habían enterrado el día de antes. Y sé que nunca lo haré, porque no podré volver a Cuba”. La voz de Alejandro titubea en algunos momentos como si su historia, tan reciente, cobrara vida en su memoria. “El encierro me afectó mucho psicológicamente”, reconoce. Pero no baja la vista. Pocas miradas son tan explícitas como la suya: refleja la de aquel que lo ha perdido todo, hasta el miedo. No está triste, pero habla por sí sola y, a veces, incluso grita. Es una mirada resignada, porque lo que él ha vivido no se puede comprender, y decepcionada. Pero sobre todo es valiente, no se esconde. Como no lo hizo en sus largos años de encierro. “En mi grupo nadie ha claudicado. Ninguno ha pedido clemencia”.

Él fue uno de los 75 detenidos en la Primavera Negra de Cuba. A pesar de que la recogida de firmas para el proyecto estaba amparada en la Constitución y en el Código Penal, Alejandro pasó cinco años en la cárcel, acusado de ser un mercenario al servicio de EE UU.

Ahora, confiesa que el exilio es casi tan duro como la prisión. “Aquí tengo la posibilidad de estar con mi familia, pero ellos tuvieron que dejar atrás su vida, cuando el que tenía que pagar algo era yo”. Ante mi incredulidad de que pueda sentirse culpable por una situación desencadenada por un Gobierno injusto, Alejandro responde que “mis hijos no me hablan del tema, quizá para que no lo tome como si me lo reprocharan. Pero uno es padre y sabe, lo veo en sus caras. Amigos, novias… todo se quedó allí, y saben que nunca los volverán a ver”.

En el tiempo que lleva en España ha aprovechado para escribir un libro: Pasión, prisión y destierro, memorias de un prisionero político cubano. En él habla de sus cinco años entre rejas. Explica que las cárceles están sobresaturadas de población, que los espacios son muy reducidos, y cómo él, que era un preso político, vivió mezclado con presos comunes, criminales, violadores…  “La mayoría de las cosas que pasan en Cuba no se saben”, lamenta González. “Se conocen casos como el de Zapata, que es difícil de ocultar, pero todos los días en Cuba hay una persona reprimida; presa por pensar; expulsada de su trabajo porque protestó por algo… El Gobierno ha despilfarrado miles de millones de dólares en crearse una imagen contra la que tú tienes que luchar sin recursos. Y eso es difícil”.

Perder el miedo en Cuba implica perderlo todo. Allí, todo lo controla el Gobierno. “Si quieres trabajar, por ejemplo, tienes que pedir un permiso al comité de defensa. Y si en algún momento hiciste alguna manifestación en contra del Gobierno, no te darán el trabajo”.

Estos son algunos ejemplos de la, por algunos, vitoreada revolución cubana. Como estos hay millones de casos y mientras tanto, ¿qué pasa con las democracias occidentales? ¿Por qué no se condena de una vez y con toda firmeza aquel régimen opresivo, criminal y falto de libertad? ¿Por qué sienten tantos reparos en condenar las dictaduras de izquierda cuando lo hacen con tanta facilidad con las de signo contrario? Nadie contestará estas preguntas, quedarán en el aire.

Tal vez, como decía Bob Dylan, la respuesta ‘is blowing in the wind’.

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