El modelo chino cubano es un cuento chino. ¿Cuba libre? Por: Luis Losada Pescador

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Es decir, “modelo chino”. “Un cuento chino”, tal y como señala a este cronista el presidente del Movimiento Cristiano de Liberación, Oswaldo Payá.

El “castrismo” ha aplicado la “doctrina” del Gatopardo: “es necesario que todo cambie para que todo siga igual”. Permanece el “castrismo”, pero intercambia el “fidelismo” por el “raulismo”.
El “hermanísimo” anuncia que seguirá desplegando la Revolución y que Fidel seguirá desempeñando un papel insustituible. Lo del secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), Pedro Insulza: “la legitimidad del castrismo se llama Fidel Castro”.
Además, muchos cubanos consideran que Fidel seguirá dirigiendo los hilos a pesar de su renuncia. “Seguirá mandando entre bambalinas”, señala uno de los cuatro presos políticos “deportados” a España por la dictadura cubana.
No se observan, pues, demasiadas expectativas de que los cambios puedan empezar. Ni La Habana ni Miami han mostrado la misma expectación que el 31 de julio de 2006.
No obstante, lo que eufemísticamente se conoce como el “hecho biológico” se encuentra cada día más cercano. Y lo que no cabe duda es que una Cuba sin Fidel será diferente. Pero hay también otros elementos. Fidel ha frenado los intentos del “hermanísimo” de normalizar las relaciones con Estados Unidos. Hoy tiene menos margen de maniobra. Al menos institucional.
Pero es que además la renuncia de Fidel coincide “casualmente” con la visita del secretario de Estado del Vaticano, monseñor Tarcicio Bertone. Ha sido el primer dignatario extranjero en saludar al nuevo jefe de Estado.
¿Casualidad? “El régimen no da puntada sin hilo”, señala a este cronista un inversor con intereses en la isla-cárcel. La red social de la Iglesia puede actuar como elemento de distensión en los momentos de cambio que comienzan a vislumbrarse.
Lo que todos los analistas descuentan es que Raúl iniciará un proceso de apertura económica que permita avanzar hacia una mayor eficiencia económica, manteniendo el control político. Es decir, “modelo chino”. “Un cuento chino”, tal y como señala a este cronista el presidente del Movimiento Cristiano de Liberación, Oswaldo Payá.
Por otra parte, ¿es posible un “modelo chino” en un país caribeño poco acostumbrado a trabajar? Parece difícil pensar en una invasión de maquilas intensivas en mano de obra.
En cambio, señala a este cronista un asesor de inversiones extranjeras en la isla, “sí es posible pensar en una Cuba que sea un inmenso ‘resort’ lleno de playas paradisiacas y campos de golf”. O sea, economía de servicios, monocultivo del turismo y especialidad en norteamericanos, de más gente con billete verde.
Todo ello con control político que garantice la paz social. Será este modelo -señalan los más optimistas- el que propiciará la apertura política.
El problema es que el crecimiento continuado de dos dígitos de China no ha impulsado la apertura política en el gigante amarillo. No hay ningún motivo para pensar que el “modelo chino” evolucione hacia la democracia “motu propio”.
Ninguno. Por eso el modelo chino “es un cuento chino”. “La libertad económica sin libertad política no es libertad”, explica Payá.
La otra derivada es la del “billete fuerte”. En Cuba conviven varias monedas: el dólar, el peso convertible y el peso.
El dólar está prohibido, pero tanto los agricultores como la nueva nomenclatura de la milicia los manejan con alegría. El peso convertible es el “monopoly” utilizado por el turismo y el peso es la moneda del cubano. ¿Conclusión? Dos monedas, dos sistemas. Uno permite el acceso al bienestar; el otro, a las cartillas de racionamiento.
Son precisamente estas las quejas que los propios cubanos han trasladado a la dictadura tras un proceso de consulta: la dualidad monetaria, el acceso a la vivienda, las restricciones para los autónomos, la miseria del salario (apenas 12 dólares al mes), y la imposibilidad de acceso a hoteles y playas.
Es de suponer que la búsqueda de soluciones forme parte de sus prioridades. ¿Y la libertad política? Me temo que tendrá que esperar. “Los cambios van a un ritmo inferior al que muchos desearíamos”, reconoce a este cronista la vicepresidenta De la Vega. El problema no es de impaciencia, sino de urgencia por la justicia.

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