Reconciliación Vs Fratricidio Tony Rodríguez Enero/2006

Reconciliación Vs Fratricidio Tony Rodríguez 0106
Enero/2006
La historia de la humanidad está jalonada a lo largo de su extenso proceso existencial, por múltiples rupturas que se expresan tanto desde el nivel personal, entre individuos, como a nivel social entre capas o sectores, hasta la confrontación entre grupos étnicos, pueblos y naciones.
En el Libro del Génesis, el primero de la Biblia, se narra la infidelidad del género humano, representado en los personajes de Adán y Eva, a Dios cuando rompen la alianza original, la armonía de la creación. Y más adelante, en el propio libro, se narra la que podríamos llamar la primera confrontación fratricida de la historia: el asesinato de Abel a manos de su hermano Caín. Por primera vez: Homo, lupus homo (El hombre, lobo del hombre).
Si tuviéramos la paciencia del recopilador estadístico que, hurgando en la historia, va haciendo un recuento de acontecimientos, fechas, lugares y protagonistas, constataríamos con pesadumbre que una buena parte del tiempo que acumula la historia escrita por hombres y mujeres está comprometido por numerosas guerras, la mayoría injustas, de rapiña y conquista, de dominio y sometimiento al vencido. Desafortunadamente muchas de estas conflagraciones se llevaron a vías de hecho bajo el manto de las más nobles causas como la libertad, la democracia, el nacionalismo, la justicia, y por supuesto, en nombre de Dios, de la fe, de la religión. Las tristemente célebres Guerra Santas, que van desde las Cruzadas hasta las que en la actualidad desatan los fundamentalistas de toda laya sean protestantes o católicos, judíos o palestinos, musulmanes o infieles, no han pasado de moda. Del mismo modo el fratricidio se ha institucionalizado por décadas en países en los que se ha esgrimido como excusa la Seguridad Nacional o también la Liberación Nacional, tal cual las  dos caras de una misma moneda o collares de un mismo perro, a tenor de los cuales se discrimina, se persigue, se encarcela, se secuestra, se priva de la honra y hasta de la vida a seres humanos. Como podemos ver, son variadas las formas en que se expresa el fratricidio.
En cualquiera de los modos de expresión que tengan las guerras o las más diversas formas de violencia fratricida que se puedan constatar, resultan siempre de nefastos resultados para los pueblos que las sufren. Ellas constituyen una forma de reducir antropológicamente al ser humano involucrado en el conflicto, no importa si es victimario o víctima; en cualquiera de los dos roles hay un daño sustancial. El resultado de un proceso de esta índole deja rota a la persona que se ve atrapado por la violencia fratricida. Si se trata del victimario, el cual muchas veces actúa compulsado por  motivaciones engañosamente valederas, al percatarse de que éstas son falsas, siente el desmoronamiento de quien descubre que ha sido utilizado por otros para hacer el trabajo sucio, descubre al fin, que ha sido manipulado deliberadamente, camuflada esta manipulación tras supuestos ideales puros que le impelen a alcanzar fines hipotéticamente buenos, con los que se pretende justificar los dudosos medios empleados. Téngase en cuenta que en todos los fundamentalismos, es piedra angular el axioma que plantea que “El fin justifica los medios”. Esto genera una suerte de patente de corzo que justifica los más deleznables métodos que van desde los sofisticados y sutiles hasta los más aberrantes y burdos.
Si por el contrario, nos metemos en los zapatos de la víctima, el resultado final del deterioro antropológico no es menos terrible. La víctima no solo puede que haya sufrido severos daños en su persona, tanto en la dimensión moral y sicológica como en la física, siendo muchas veces los primeros mucho más difíciles de restañar, sino que ha visto como estos daños se han hecho extensivos a su familia, a sus padres y hermanos, a su cónyuge y a sus hijos. ¿Cuántas personas no conocemos que han quedado marcados indeleblemente por secuelas ocasionadas como consecuencia de torturas sicológicas que le han generado un deterioro irreversible? No obstante la capacidad incalculable de recuperación que tiene el ser humano, muchas veces la salud mental no se recobra. Entonces, ¿cómo hablar de perdón y de reconciliación a una persona que ha sufrido estos daños o que ha visto a sus seres queridos y cercanos sufrirlos?
Un reto grande y difícil pero no imposible
Desde tiempos inmemoriales la Ley del Talión se entronizó en la dinámica de muchos pueblos como la más alta expresión de la justicia humana: “Ojo por ojo y diente por diente”. No obstante, aunque a muchos les cueste trabajo aceptarlo, la venida de Dios Hijo haciéndose hombre y habitando entre nosotros, marcó un hito incuestionable en la historia de la humanidad. Jesucristo vino, ante todo, a restaurar la alianza rota entre la humanidad y Dios. Vino a redimir al ser humano, a devolverle la dignidad perdida, a revivir su condición de hijos de Dios y por consiguiente, la de hermanos y hermanas, hijos de un mismo Padre. Vino a instaurar un Reino de perdón, de reconciliación para lo cual se entregó. Dio su vida como pago por la deuda impagable que la humanidad había contraído.
Hoy, en Cuba y en muchos lugares del mundo, otros Cristos están también entregando sus vidas y comprometiendo la de sus familiares, para tender puentes de perdón y reconciliación entre sectores de la sociedad que se han visto involucrados en la violencia fratricida  a lo largo de su historia y que desconocen la forma de restañar esas heridas, ya infringidas o recibidas, para la reconstrucción de una sociedad justa y pacífica. Pero del mismo modo que hay gentes que aman y construyen, trabajando por ese mundo mejor el cual creemos que es posible, otros se empeñan en atizar las llamas del fuego del odio, emprendiendo acciones que no son nuevas sino manidas y trilladas sendas de violencia y agresividad entre hermanos.
¿Puede acaso amar a su pueblo aquel que instiga y confabula para manipular conciencias y generar el odio de sus seguidores en contra de sus propios hermanos, solo que opuestos en el enfoque a las soluciones de los problemas económicos, sociales y políticos, coartando su libertad de expresión y de pensamiento por los más variados medios de represión y terror? ¿Puede querer el bien de la nación aquel que fomenta la división entre vecinos y compañeros, entre familiares y amigos, aquel que marca una frontera entre los que están con él y los que están contra él? Resulta evidente que no. Cualquiera que sean las motivaciones nunca el empleo del odio podrá legitimarlas.
Ya dijimos antes que es difícil pero no imposible el perdón y la reconciliación.
Toda reconstrucción, toda restauración, es harto compleja, trátese de una obra de arte o de una construcción arquitectónica, así que cuánto mayor no será su complejidad tratándose de la persona humana, herida, fragmentada por años y años de conflictos, independientemente de que haya sido victima o victimario, flagelado o verdugo, yunque o martillo. Ya vimos que en cualquier caso hay que sanar heridas, hay que resucitar la parte del ser humano que ha  muerto.
Por la complejidad de este proceso no debemos esperar a mañana para comenzar. Hoy ya es tiempo para trabajar en la reconciliación y lo más importante es que este comenzar ya, nos toca a todos, a mi que estoy escribiendo, a ti que estás leyendo, porque todos tenemos nuestro papel protagónico en este drama que es nuestra historia nacional.
Todavía hoy, para desgracia y vergüenza de Cuba, hay compatriotas que se prestan para hacer el trabajo sucio que a otros por oficio les corresponde,  los que muy astutamente, quieren nadar y poner a buen recaudo la ropa, para que no se les moje, y para ello manipulan a los tontos útiles de siempre. A estos ciegos instrumentos del odio y de la violencia, va también dirigida esta reflexión porque en fin de cuentas, todos somos cubanos, todos somos hermanos y por consiguiente, todos estamos llamados a rectificar para lograr esa armonía tan necesaria para el futuro de Cuba.
 No cabe dudas de que este proceso complejo y singular debe comenzar desde el corazón de cada cubano, y aquí la parábola del hijo pródigo que le narró Jesús a sus discípulos cobra una validez singular.  El hijo que dilapidó la fortuna y defraudó a su padre y a su hermano, regresa al hogar vivenciando dos dimensiones incuestionables en la consecución del perdón: el arrepentimiento y el deseo de enmendarse, de corregir y reparar el daño realizado. Sin este proceso personal e íntimo expresado por quien ha cometido acciones deleznables contra otros, su sincero deseo de reparación y las acciones concretas encaminadas a pulgar su culpa no se hacen patentes y de manera convincente, no funciona el perdón no se hace posible la reconciliación.
De otro lado el padre y el hijo mayor adoptan dos posturas diferentes. El padre es magnánimo, compasivo, está pronto a perdonar y así muestra el amor a su hijo perdido, al que daba por muerto y que ha resucitado. En cambio, el hermano mayor se muestra duro de corazón y se resiste al reencuentro, a la reconciliación con aquel que obró mal. Pienso que muchos cubanos, con sus heridas viejas o recientes, tal vez aún sangrantes, por esa nobleza del alma cubana serán abiertos como el padre, prestos para el abrazo reconciliador. Otros, confío en que sen los menos, tendrán la tentación de aferrarse a la antigua ley, la misma que Jesús de Nazaret vino a derogar: “Ojo por ojo…” y tal vez se resistan a esta conversión necesaria   para construir la nueva sociedad, aquella con la que soñó Martí sin exclusiones, él, quien a pesar de llevar su memoria repleta de injurias, maledicencias, incomprensiones y una buena sarta de injusticias cometidas contra él a sus espaldas fue capaz de hacer vida aquel verso dedicado al amigo sincero mas, también al cruel que le arranca el corazón, ofreciéndoles a ambos la rosa blanca.
Un camino por recorrer
Entre victimario y víctima hay una distancia. Aun cuando ambos están heridos antropológicamente, lo que condiciona en sí un punto común que de cierta manera los iguala, la realidad vivida desde posiciones diferentes los separa, pone tierra por medio. Pues bien, la reconciliación necesaria entre ambas partes en conflicto requiere primero, de una disposición de ánimo mutua para el reencuentro, un binomio integrado por el par de fuerzas arrepentimiento, de un lado, y perdón, del otro. Par de fuerzas que se complementa con estos dos vectores de signo contrario.
El proceso de conversión interna supone de ambos un poner los medios, un emprender el camino de modo que las partes involucradas, una vez asumido conscientemente el rol que desempeñan en esta resolución de conflictos, se dispongan a “caminar” cada uno la mitad que le corresponde para acortar la distancia que los separa. Si ambas partes no se disponen a corresponder al reto de recorrer la distancia que le toca y separa de su contrario resulta muy difícil, por no decir imposible, que se realice una auténtica reconciliación.
Este fenómeno social que es la reconciliación puede ser considerado por algunos como utopía irrealizable sin embargo, la historia reciente vivida por el pueblo sudafricano luego de la abolición del Apartheid ha sido un digno ejemplo de reconciliación nacional luego de largos años de regímenes racistas. El propio proceso vivido por el pueblo chileno luego de años de dictadura militar, tal cual el pueblo argentino y el propio pueblo peruano son ejemplos de restauración del entramado social a pesar de las heridas fratricidas, por solo mencionar algunos ejemplos de los vividos en América Latina. 
Pienso muy seriamente y lleno de esperanza, que el pueblo cubano así como es sensible ante las injusticias, es igualmente receptivo al perdón y no son pocas las muestras que de ello ha hecho a lo largo de la historia patria. No veo por qué no sea realizable esta reconciliación a corto y mediano plazo aún cuando la misma no implique necesariamente un borrón en la memoria porque la memoria histórica no se puede perder. El perdón no necesariamente lleva implícito el olvido. No queremos un pueblo amnésico pues la amnesia histórica puede llevar a repetir los mismos errores fratricidas y esto nadie lo puede querer para la Cuba del mañana. No queremos que la historia se repita porque ya es suficiente con el dolor sufrido y la sangre derramada por nuestro pueblo.
La cultura de la rosa blanca
La justicia no está reñida con el perdón ni con la reconciliación.
Necesariamente el futuro inmediato de Cuba debe estar signado por un proceso que ponga en marcha la aplicación de la justicia. No sería sano para la nueva etapa de nuestra historia que la impunidad se enseñoree de nuestra sociedad, por ello, como caldo de cultivo para el perdón y la reconciliación, los actos fratricidas cometidos han de ser purgados en proporción justa con el daño realizado. Por ello nadie debe pensar hoy, tal vez como llegaron a pesar y a actuar ayer, que están por encima de la ley y que sus obras de violencia contra el hermano quedarán impunes.
Definitivamente nuestra sociedad, nuestro pueblo, debe condicionar el futuro por una nueva cultura que se refleje en todas las dimensiones del quehacer humano, desde el pensamiento hasta la cotidiana forma de expresarlo de modo que esta cultura de muerte que de alguna manera se ha entronizado en nuestro lenguaje quede desterrada y en su lugar impere el respeto al derecho ajeno, a la diversidad de pensamiento, a la buena fama, a la estima de los valores cívicos y morales que garanticen la convivencia ciudadana y el bien común. Que este respeto entre conciudadanos sea un valor que esté presente desde la cuna en las futuras generaciones de modo que la violencia fratricida quede fuera de la cotidianidad.
No más Ojo por Ojo. En su lugar la Rosa Blanca, para el amigo sincero y para el cruel. Esto es posible. Contamos con el alma cubana para este empeño. Contamos contigo, con él, con ella. Contamos con nosotros mismos pues hemos de ser nosotros mismos y no otros, los artífices de nuestro futuro, los protagonistas de nuestra historia personal y nacional.
 
Ing. Tony Rodríguez
Enero/2006

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