Presencia de opositores en recepciones de embajadas extranjeras europeas tensa las relaciones entre la Unión Europea y La Habana

EL PAIS Mauricio Vincent La Habana

Los jardines y los confortables salones de las embajadas europeas en La Habana, o mejor dicho, la presencia nuevamente en ellos de disidentes cubanos con motivo de una celebración nacional, vuelve a ser manzana de discordia entre Bruselas y el Gobierno de Fidel Castro, a la vez que fuente de discrepancias entre los Veinticinco e incluso en la oposición. El día de la Unidad Alemana, celebrado el lunes, fue causa y excusa del nuevo embrollo diplomático: el embajador alemán, Ulrich Lunscken, organizó dos recepciones, una oficial, a mediodía, para el cuerpo diplomático y las autoridades, y una «velada alemana» por la tarde para la «sociedad civil», a la que fue convidada la disidencia. El resultado: ningún funcionario cubano acudió a la primera, mientras que en la segunda, con escasa participación de intelectuales y artistas de la isla, la oposición tampoco quedó satisfecha.

El regreso a la vieja guerra del canapé, un piscolabis de lo que se avecina, no pudo ser más revelador de las profundas diferencias que separan a todos los implicados, empezando por los propios países de la UE.

En enero, los Veinticinco decidieron suspender temporalmente las sanciones impuestas a Cuba en 2003 como represalia al encarcelamiento de 75 disidentes. La medida que más molestó al régimen cubano fue la de invitar a la oposición a la celebración de sus fiestas nacionales, y su respuesta fue dejar a sus diplomáticos sin interlocución, es decir, congelados.

La suspensión de las sanciones -lograda en Bruselas por el empeño de España- trajo cierta normalidad a las relaciones Cuba-UE, si bien desde enero hasta la fecha hubo de todo. Primero las embajadas europeas dispusieron no invitar a sus fiestas ni a ministros ni a opositores. La fórmula no gustó a nadie. A partir de junio, cada país quedó en libertad de hacer lo que considerara conveniente, y el primero fue Francia, que en el aniversario de la toma de la Bastilla invitó al Gobierno y no a la oposición, aunque sus diplomáticos se reunieron con algunos líderes disidentes un día antes. Ni gustó a éstos ni satisfizo tampoco a la oficialidad.

La modalidad puesta en práctica por Alemania ha dejado también un sabor amargo: Lunscken fue convocado por la Cancillería cubana, que le expresó su rechazo y en palabras más o menos diplomáticas le vino a decir que Alemania se atuviera a las consecuencias La noche del lunes, el embajador se dirigió a la sociedad civil invitada a la «velada alemana»: la reunificación en su país, dijo, fue posible «debido al fracaso del socialismo y también a la labor del movimiento disidente pacífico».
Presentes estaban los disidentes Martha Beatriz Roque, Vladimiro Roca, Elizardo Sánchez y esposas de presos políticos del Grupo de los 75, conocidas como las Damas de Blanco, este año finalistas del Premio Sajarov que concede el Parlamento Europeo. No fueron en cambio convidados al ágape los socialdemócratas Gutiérrez Menoyo y Manuel Cuesta Morúa. El democristiano Osvaldo Payá sí, pero no fue. Morúa consideró después que lo que está ocurriendo es «patético e infantil». El próximo capítulo de la guerra del canapé será el 12 de octubre en la Embajada de España, que, se comenta, hará algo similar a Francia: invitar al Gobierno a la recepción y encontrarse con la oposición días antes. Sin duda, tampoco gustará Y como decía el lunes un diplomático descreído, en espera del próximo montadito y de la próxima crisis, los presos siguen presos y nada cambia

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