El pueblo hebreo fue liberado por la intervención del Dios de la historia y salió, guiado por Moisés, en busca de la tierra prometida. El pueblo cubano lleva años de peregrinaje experimentando separaciones, exilios, desencuentros, sufrimientos, muertes, opresiones, olvidos, pero también, renacimientos, esperanzas y amaneceres. El camino del éxodo, del paso hacia una vida nueva para el pueblo cubano, está ahora, a fin de cuentas, lleno de esperanza, como lo estuvo nuestro primer 10 de octubre.
“Salgo al campo: muertos a espada; entro en la ciudad: desfallecidos de hambre; profetas y sacerdotes recorren el país a la ventura … Se espera mejoría y no hay bienestar, al tiempo de curarse sobreviene el delirio” (Jer. 14,18.19b). “Ya no vemos estandartes nuestros, no nos queda ni un profeta, ni uno que sepa hasta cuándo” (Sal. 74,9). ¿Es este el panorama del 10 de octubre de 2005?
Los huesos calcinados del relato de Ezequiel fueron la simiente de la vida porque “esto dice el Señor: Yo voy a abrir sus sepulcros, los voy a sacar de sus sepulcros … Infundiré mi espíritu en ustedes … y sabrán que Yo, el Señor, lo digo y lo hago” (Ez. 37,12-14). “… y conocerán la verdad y la verdad los hará libres” (Jn. 8,32).
En estos últimos presupuestos, no en otros, se fundamenta nuestra esperanza y es ése el camino que libera al victimario de continuar siendo verdugo y a las víctimas de seguir siendo esclavos del miedo y el rencor. Sólo desde la fe inquebrantable en el mejoramiento humano puede dejarse a un lado la violencia, la injusticia y la mentira. Gandhi nos enseñó que la verdad no puede sacrificarse por razón alguna. Todos pueden reconocer las verdades que, humildemente y pagando altos costos, hemos venido proclamando los opositores pacíficos de Cuba y pueden difundirlas y hacerlas suyas, porque esas verdades son liberadoras: todos los cubanos somos hermanos y los cubanos tenemos derecho a los derechos.
Nos anima la convicción de que ningún hombre es tan malo que no pueda ser salvado. Consideramos hermanos aun a los que nos persiguen; el corazón que ama sigue también a quien anda errante, y ama aún a costa de ser herido. Pero también llamamos a todos a no someterse al poder del odio y la mentira por miedo o por intereses, enajenando o entregando la libertad y la dignidad que Dios nos da como sus hijos que somos. No podemos, entonces, ser esclavos y sí podemos conciliar el más grande amor al prójimo con la más radical oposición pacífica a la injusticia.
Seguiremos haciendo el camino de la no violencia, el camino del reclamo de que los derechos sean reconocidos y respetados, de que no sean hostigados ni aplastados los ciudadanos que se atreven a decir lo que piensan y actúan por su fe y con libertad de conciencia. Reclamaremos todos los derechos, también aquellos que enuncia la Constitución vigente incluyendo el de proponer cambios en las leyes, como pide el Proyecto Varela. Seguiremos convocando a todo cubano, sin excepción, esté donde esté y piense o sienta como juzgue su conciencia, a participar en el Diálogo Nacional, porque el programa para el cambio y el camino hacia el futuro los construiremos entre cubanos, entre todos los cubanos sin exclusiones. Nadie más puede hacer un programa de transición para Cuba sino el propio pueblo cubano. Nadie puede tomar el papel del pueblo cubano en el diseño de los cambios y el protagonismo de su historia, y nadie puede negar al pueblo cubano el cambio hacia la sociedad mejor, más libre y justa que el propio pueblo quiere y necesita ahora. También continuaremos llamando a que todos aporten sus consideraciones en la Base Común; seguiremos pidiendo a nuestros compatriotas integrados o no en instituciones fraternas, confesiones religiosas, en cualquiera de las instancias de autoridad civil o militar, a los miembros de partidos políticos, periodistas independientes, a las organizaciones sindicales, a toda la oposición política cubana, a los trabajadores afiliados a la Central de Trabajadores de Cuba, a los estudiantes de todos los niveles, a los jóvenes, los ancianos y jubilados, los trabajadores por cuenta propia, a los artistas e intelectuales, a los militantes del PCC, a las organizaciones de masa reconocidas oficialmente y a las organizaciones cívicas independientes, a trabajar juntos por esa sociedad mejor.
Pedimos a todas las organizaciones no gubernamentales del mundo, a la ONU, a todos los estados y a todos los pueblos hermanos de nuestro mundo globalizado, que escuchen el clamor de este pueblo por el cual Martí dijo en un momento crucial de nuestro devenir histórico y nos repite ahora: “Para Cuba, que sufre, la primera palabra. De altar se ha de tomar a Cuba, para ofrendarle nuestra vida, y no de pedestal, para levantarnos sobre ella … En la mejilla ha de sentir todo hombre verdadero el golpe que reciba cualquier mejilla de hombre: envilece a los pueblos desde la cuna el hábito de recurrir a camarillas personales, fomentadas por un interés notorio o encubierto, para la defensa de las libertades: sáquese a lucir, y a incendiar las almas, y a vibrar como el rayo, a la verdad, y síganla, libres, los hombres honrados … ¡Unámonos, ante todo, en esta fe; juntemos las manos, en prenda de esa decisión, donde todos las vean, y donde no se olvida sin castigo; cerrémosle el paso a la república que no venga preparada por medios dignos del decoro del hombre, para el bien y la prosperidad de todos los cubanos!” (Tampa, 26 de noviembre de 1891).
Cuba, nuestra Patria, es nuestra tierra prometida. Por eso este llamado a todos los cubanos no es a un éxodo hacia otras tierras vecinas, sino a dar el paso por la solidaridad hacia la liberación, hacia la conquista de toda la justicia y los derechos para todos, hacia la libertad, la reconciliación y la paz entre todos los cubanos. Es un llamado a construir todos juntos como hombres y mujeres libres y que, además, somos hermanos, la nueva sociedad para nuestros hijos que vivirán, también, un tiempo nuevo.
Consejo Coordinador del Movimiento Cristiano Liberación
La Habana, 10 de octubre de 2005