A TODOS LOS PRESOS POLÍTICOS CUBANOS, LOS DE AYER Y LOS DE HOY
No sé cómo se encabeza una carta escrita para que la lean todos, pero dirigido a ustedes, a los hombres que rompieron los moldes del tiempo, porque sin el tiempo vivieron, también sin ropa y a veces, por muchas semanas, hasta sin comida vivieron. ¿Cuántas veces les faltaba el espacio suficiente para mover sus cuerpos y no tenían ni donde recostar la cabeza?
Se puede decir que tampoco tenían a nadie en este mundo, porque sus madres, esposas, hijas y novias han sido tan sencillamente extraordinarias, que no se les puede asociar a este mundo. Me refiero a las que junto n ustedes protagonizan esta gesta desde el otro lado de las rejas, con una fidelidad inconmensurable. Para las mujeres del presidio político cubano es también esta carta, pero casi no me atrevo a decirlo, pues no alcanzan las palabras para expresar su heroísmo, su amor sin límites a la Patria. Son como flores que, sembradas en la oscuridad y sin agua, cubiertas de lodo y pisoteadas por botas cobardes todos los días, no perdieran su fragancia y esbeltez. Son también bochorno para varones determinados por el instinto de conservación.
Ustedes, los olvidados de todos, de los que nadie sabía y quienes rabian preferían callar. Ustedes los desahuciados, con los que no se contaba, y como los pobres de las Bienaventuranzas, sin sentido práctico alguno. Por ustedes la advertencia del poeta no llegó a ser profecía que se cumpliera.
Aplastados, con los cuerpos medio podridos, sin derecho a nada, en ocasiones ni a la luz, ustedes fueron los custodios de la dignidad nacional.
Se quedaron sin nada en este mundo, por eso son los hombres sin mundo. Desconcertantes, ahí, sembrados frente a un poder inmenso, indefensos bajo la crueldad que no se ruboriza, permanecen inconmovibles, PLANTADOS.
Plantados con Raíces que no profundizan en el suelo, sino que se elevan a las alturas. Por eso sus verdugos, al querer cortarlas, no las encontraron. Removieron la tierra, arrancaron las flores, envenenaron las aguas, pero tenían un problema: sus verdugos no sabían levantar la cabeza y mirar arriba, muy arriba, y todavía más allá, donde se que es el más allá de los filósofos, del os verdugos, quizás por eso hasta esos filósofos son también verdugos.
Sin embargo, donde ellos veían nada, está el reino del amor y la vida, la fuente del valor. Muchos de ustedes atravesaron esa frontera con una paz inmensa en el alma, sonrientes ante el desconcierto no solo de sus verdugos, si no de los que se suponía eran especialistas en el reino que no es de este mundo.
Con el tiempo todos los olvidaron, hasta los poetas escrupulosos, de esos que se rasgan las vestiduras por la injusticia lejana hasta los santos prudentes que les excluían en sus oraciones públicas. Pero ustedes solos, siguieron, débiles, perdidos en la insignificancia y el reproche ya que entre ustedes había alguien que, traspasando alambradas y murallas, entró ‘un día en vuestras celdas y se plantó con ustedes. Él lo había advertido: “Cada vez que lo hicisteis a uno de éstos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”.
Desde entonces nada ni nadie pudo someterlos. Y fue Él, hoy lo sabemos, quien les sostuvo.
Qué contraste, desde las celdas donde no entraba ni la luz comenzó a brotar un rayo luminoso que alumbraría toda una generación y marcaría la senda del futuro, que ya es presente: la estamos transitando.
Sus mayores victorias: nunca aprendieron a odiar, y cada día se llenaban más de amor y de paz.
Otra vez a la carga los verdugos: probaron de nuevo, ensayaron nuevas formas de crueldad, magullaron sus cuerpos, abrieron sus carnes, los exprimieron en sudor y sangre y en las lágrimas de sus seres queridos. También con el aislamiento, las torturas psicológicas, es decir, las otras torturas. Los hombres del poder decían: “quizás lleguen todos a enloquecer. Y también “Cuando salgan, los que salgan, no servirán para nada”. Muchos cuerpos murieron y aún sus dueños seguían PLANTADOS, porque se habían plantado con todo su ser, con el alma, por eso aún se encuentran entre ellos Pedro Luis, el hermano de la fé y a otros tantos. Y los que quedan vivos ya no cuentan con sus cuerpos. Qué problema nuevo este para los pobres verdugos, porque en el manual de aniquilamiento que elaboraron sus pensadores nada decía de que El HOMBRE TIENE ALMA Fue allí donde los filósofos, los hombres del poder y los verdugos perdieron la batalla.
Afuera, mientras tanto, parecía que el pueblo estaba adormecido, enfermo, que la Nación se perdía, que todos hablan claudicado que no había nada que hacer más que someterse. ¿Se habría extinguido la estirpe mambisa?
Tembló la tierra, peligraba ser deshecha la bandera cubana y lo que dijo el poeta ¿Era advertencia o profecía? ¿No había nadie que defendiera la bandera?
Si, tembló la tierra porque miles de manos se alzaban a través del suelo en gesto de combate, manos indias, negras, blancas, mestizas, pobres, finas y humildes, manos de obreros y sabios, manos de sacerdotes y de poetas, manos mambisas, manos de pueblo que ya habían hecho historia, todas alzadas para defender la bandera cubana.
Entonces se escuchó el grito esperanzados y firme de la Patria :¡Yo vivo aun con dignidad en los corazones de hombres y mujeres guardados en celdas oscuras. ¡Deténganse, héroes de todos los tiempos, bajen sus brazos y descansen en paz, porque ellos sostienen lo bandera cubana y nadie podrá destruirlos, no sé cuáles son sus nombres, les dicen PLANTADOS!
Ustedes y todos los que han conocido las galeras por servir al pueblo y a la Patria, son un signo de dignidad, y salvaron la continuidad de la raza espiritual cubana,
especialmente los que cayeron gritando ¡Vivo Cristo Rey! y ¡Viva Cuba libre! De ellos no puede hablar el mundo, pero si nosotros los cubanos que recogemos ahora el fruto de su amor.
Pero todavía no descansen, porque quedan hombres en presidio, y se sigue renovando, pues la Patria permanece cautiva. Hay una diferencia, no obstante, y es que el ejemplo de ustedes se multiplicó y ahora el pueblo de Cuba entero se va a plantar y solo se levantara para protagonizar su liberación en un día no lejano, y ustedes irán a la vanguardia.
Oswaldo José Payá Sardiñas